Thursday, April 18, 2024

Geografías locales XV

                El templo de los diez mil budas

Escondido tras varias moles de acero y cristal, burocracia y consumismo, apenas señalizado, como si buscarlo fuera una excentricidad de viejos supersticiosos y turistas aburridos de pasear por centros comerciales. Colina estrecha y de maleza agobiante (aquí los dioses se cobraron la vida de la guardiana no hace mucho), entrada sucia y mal atendida. Y, son embargo, ahí están: sonrientes, falsamente solemnes, indescifrables. Las curvas no permiten visualizar el recorrido completo. Los insectos y el bambú creciendo a los lados completan el contraste, el exotismo. Desconfianza. ¿Realmente es algo serio? ¿Realmente la vida lo es? Cada rostro es diferente, varían las posiciones, las caras te ignoran o te interpelan. Sube. Gira en la curva. Ahora hay escalones de piedra. ¿Ves mejor la hilera? No interpretes. Movimiento. Sé parte. Asciende. El sudor. Estar vivo. ¿Lo están ellos? ¿Alguien lo está en esta ciudad? Míralos. Se burlan de tu esfuerzo. O quizá te dan la bienvenida. ¿Son sinceros? Sus códigos son impenetrables para alguien como tú. ¿Falta de conocimiento, distancia cultural? Los signos te avisan: falsos monjes pululan por la zona pidiendo limosna. Evítalos. ¿Sientes vergüenza por ellos o por ti? A medio camino, objetos inverosímiles. Una bicicleta estática, ¿abandonada o puesta a propósito? Un triciclo a motor, ¿cómo habrá subido hasta aquí? Sigue subiendo. Un poco más arriba venden tofu azucarado en sopa de jengibre o refrescos. Era de esperar. Continua. Mira la ciudad, aparentemente lejos, al otro lado de la colina, la autopista y los rascacielos residenciales. Enmarcado entre estos cuerpos dorados y atemporales, el ahora se difumina, pero no sabes si es trampantojo o necesidad. Más escalones, más giros. Ellos siguen absortos en sus técnicas de meditación de escapismo quizás. A medida que nos acercamos a la puerta de entrada, aumentan las poses obscenas y ridículas. Esta no es una experiencia trascendente. Nada lo es. Todo lo es. Bienvenido. Flores rosas y budas gordos en un fondo rojo. Imágenes de diosas asiáticas que podrían ser adoradas a miles de kilómetros por personas más oscuras. Es una hermandad ajena al Occidente. Quizá quiera serlo intencionalmente. Colinas. Montañas. No hay aire acondicionado aquí. Tampoco tiendas de muebles europeos, esas quedaron más abajo. Las imágenes parecen ahora más solemnes. Las cajas de donaciones se multiplican. Unas escaleras más alejadas llevan a otro pabellón, rodeado de viejas construcciones en ruinas, piedra cubierta de musgo. La torre en la esquina es diferente. Rectángulo de pequeños guerreros de piedra gris, todos amenazantes, violentos. ¿Sientes la energía? No entres, no saques fotos. Márchate. No es para ti. Baja las escaleras. ¿Tienes prisa? Los budas se burlan de ti como despedida. Fila dorada de vuelta a lo moderno, al plástico, a la inanidad. A tu mundo. ¿Qué fue esta experiencia? ¿Broma o trascendencia? ¿Cómo estar seguro? Al pasar junto a las oficinas gubernamentales reparas ahora en la puerta con un gran arco chino de piedra en la esquina de la calle. Gente local entra allí con gesto adusto, flores y construcciones de papel. La ceniza flota en el ambiente. No entres a tomar fotos, turista idiota. Respeta los cementerios. No hay budas burlones aquí. ¿Te sientes mareado por esta concentración de credos, costumbres y actitudes? Entra en el centro comercial. Siéntate y come un helado. Vuelve a tu país. Antes de que los fantasmas de estas colinas se rían de ti. Antes de que los budas dorados cierren la fila y te atrapen para siempre. ¿Quién es el burlado ahora?


Sunday, April 14, 2024

La Ciudad de la Violencia (VIII)

                                          El manicomio

¿Ves ese edificio de ahí, hija mía? Sí, ese gris y verde pálido, con las paredes desconchadas y ennegrecidas. ¿Sabes qué es? Un hospital, sí. Pero uno muy especial. Es el hospital para los enfermos mentales. El manicomio. Allí es dónde meten a todos los que han dejado de ser productivos, o a los que amenazan la productividad. El objetivo es curarles, volver a hacerles útiles para… no sé, para los que controlan y dominan todo esto. Para los dueños. Dicen que es para proteger al resto de los ciudadanos. Como si la locura fuera un virus. Como si la gente se volviera loca por pura biología, y no porque les vuelven locos. Pero a esos, a los responsables, las malas personas, los mentirosos, los manipuladores, los que tienen el corazón negro pero saben enseñar los dientes y disimularlo, a esos no les meten nunca en el manicomio. ¿Injusto? Claro, mi amor, vivimos en una sociedad regida por leyes, no por la justicia. Tienes que permanecer lejos de este edificio, hija mía, o pensarán que tienes a alguien cercano dentro, y entonces tomarán nota de tu nombre, y te considerarán una posible candidata a ingresar, tú también. Lo llaman herencia. Lo llaman fatalidad. Mecagüen su vieja madre. La mejor medicina para que no te ingresen en el manicomio es vestir un traje caro, y hablar con la suavidad de las serpientes, a ser posible en alguna lengua extranjera, y pasar rápido por delante de la entrada en un coche reluciente; para que no se atrevan a acercarse a ti. ¿Qué si alguno de los que entran allí ha logrado salir? Mira, en el manicomio no se muere casi nadie, al menos no oficialmente, y sin embargo es el más triste de todos los hospitales. Sobre todo porque hay gente a la que intentan convencer de que está enferma, muy enferma, pese a que lo único que han hecho es ser más sinceros que los otros y decir verdades que son como un perro asalvajado, que muerde sin considerar a quién ni cuándo. ¿Violentos? ¿Que qué hacen detrás de esas paredes, exactamente? No lo sé, hija mía, yo prefiero no decirlo, tengo nubes blancas cuando intento recordar… de ese blanco que es como una aguja afilada y muy larga, y lenta, muy lenta. Creo que hacen buenos ciudadanos, ahí dentro. Eso dicen. Mira, acércate, chiquita. Voy a contarte un secreto: creo que un día, hace mucho tiempo, los locos, pero estos de verdad, los realmente peligrosos, ¿eh?, se rebelaron y capturaron a todos los doctores y enfermeras, y se pusieron sus ropas, y desde entonces son los administradores del manicomio. Los amos de la ciudad no se enteraron, claro, porque nunca vienen por lugares tan siniestros y tan pobres como este, y además, mientras obedezcan, les da igual quién esté al cargo de la institución. Y así nos va desde entonces. No se lo cuentes a nadie, o te meterán ahí dentro. Anda, ahora corre, y vete lo más lejos que puedas de este lugar. Creo que ya vienen a por mí…


Tuesday, April 2, 2024

Geografías locales XIV

                                             Kennedy Town

Larga línea recta cortada por una curva cerrada en la que solía acabar el mundo de los negocios y la opulencia, hoy límite difícil de distinguir desde que ese puerto destartalado y negro como el plástico quemado sobre el asfalto se empezó a transformar en divertimento de occidentales de segunda categoría, y los estudiantes de la más sagrada institución educativa decidieron desparramarse por unas viejas calles en proceso de renovación. Barriada vertical, dividida en todos los sentidos por ese ascenso desde las aguas de industrialidad purulenta y proletaria, ras de mar donde lo humilde y lo gentrificado se observan con mutuo desdén; escaleras antaño pétreas y hoy motorizadas para que suba el dinero, suban las expectativas camino de la carretera de Pokfulam, de las familias rancias y respetables, con esa parada obligatoria en una universidad envuelta en pieles de serpientes varias, unas occidentales y otras autóctonas, reclamo turístico de los que trivializan la historia y sus divisiones para abarrotar aplicaciones sociales por todo el mundo; y, una vez superado el test de inteligencia y buenas maneras, o comprado su certificado equivalente -dirán algunos que es en realidad lo mismo-, más arriba aún, colina arriba, hacia la aristocracia sin historia de los que administran en nombre del poder, sea este el que sea.

Volvamos a ese puerto tristón y descuidado, a ese final abrupto de la ciudad y comienzo de la estrecha y clasista carretera costera. Fin de los hierros y cables del tranvía, fin de los restaurantes tradicionales y de los jóvenes y agresivos cocineros de Europa en busca de fama en el Oriente. Aquí ya no queda nadie que recuerde cuando los barcos se acercaban al figón cargados de pescados o mercancías. Eso fue en tiempos pretéritos. Las estilizadas torres boutique y sus apartamentos alquilables por días crecen voraces desenraizando a las comunidades dependientes de subsidios y sus construcciones interiores, patios secretos, ciudades enanas que nunca supieron ni quisieron entender la jerga de los fantasmas blancos que iban y venían un kilómetro más allá. Yo recuerdo a una muchacha que creció en uno de esos patios y que sabía mirar al mar y verlo siempre bello pese a la polución y la basura acumulada. Me pregunto dónde estará ahora. Habrá cruzado al otro lado del Puerto Victoria con sus padres, probablemente, más cerca de China y lejos de esos gwailos engañosos e incomprensibles como el que escribe esto, molestos e impúdicos en su afán de multiplicarse y cambiar el rostro de estas calles. Recuerdo también una calle con nombre de terraza, suspendida entre escalones de piedra y tráfico sobre nuestras cabezas, refugio de gatos, árboles infinitos y de un templo capaz de asustar a más de un adulto supersticioso por las noches, bendición económica para los que alquilábamos allí. Hoy ya no queda nada de eso. Estudiantes del otro lado de la frontera, occidentales ambiciosos, pero no lo suficientemente privilegiados, jóvenes profesionales hartos de tradiciones e imposiciones paternas. Supongo que no es mejor ni peor que aquello que yo viví, pero me produce vértigo la velocidad, la impermanencia del lugar. Empiezo a sentirme obsoleto, una antigualla. Improductivo, incluso. Innecesario, como esos viejos que caminan y observan las nuevas torres en construcción, los restaurantes con menús incomprensibles y precios obscenos. Sacude la cabeza y aprende a hacerte invisible. Márchate. Yo lo hice hace ya tiempo, antes de que llegara la línea de metro y su culebreo desintegrador. Ni siquiera me atrevo a volver. Recuerdo los autobuses abarrotados de empleadas domésticas los fines de semana, un cementerio cubriendo la colina entre tétrico y hermoso por su contraposición con la línea del mar, la dignidad engolada de los vecinos una vez se llegaba a Pokfulam, el contraste con lo de abajo; y, sin embargo, nunca quise subir colina arriba. Mis ilusiones nunca estuvieron allí. Ahora sé ya que nunca podrán estarlo. Kennedy Town, quizá un día morimos juntos tú y yo, nos transformamos en recuerdos fantasmagóricos flotando en esa terraza perdida, y ninguno supimos notarlo. Nadie sabrá apreciar la tragedia de nuestra pérdida. Los martillos que horadan la tierra para levantar esas nuevas torres relucientes retumban demasiado para que nadie escuche nuestros susurros.


Tuesday, March 26, 2024

El abuelo Marassa

 Un blog curioso que en su momento dediqué a mi inefable abuelo materno, Don Gregorio Marassa:

https://abuelomarassa.blogspot.com/



Monday, March 25, 2024

Vloggers

 Es un tiempo de profetas (falsos) que suben sus vídeos sin cesar, y prometen a sus seguidores desentrañar los misterios de un mundo que ellos pretenden haber dominado con coraje y determinación. Dicen saberlo todo porque han aprendido la manera de transformar experiencias en productos mercantiles. Desdeñan la profundidad y buscan la anchura, las cifras exageradas…son esclavos de los números. Escriben y reescriben biblias de lo efímero a diario. Acumulan, pese a viajar ligeros. Mueren extenuados, y no tardan en ser reemplazados, olvidados. Quieren ser los héroes de nuestro tiempo, y yo me pregunto si la heroicidad se puede forzar y registrar como si fuera una escena cinematográfica. La falsedad les rodea, y sin embargo, es imposible no sentirse fascinado y encariñado con alguno de ellos. Son un paseante anónimo, como nosotros, a la vez obscenos y descarados en su exposición, desesperados y extremos en su miedo al anonimato, egos hinchados que cuentan y cuentan sus pasos al éxito o a la obsolescencia. Su vida es nuestra negatividad: lo que no podemos, queremos, sabemos…y sin embargo está ahí, obstinado. Su vida es nuestra ignorancia: siempre han de tener algo que enseñarnos, una lección disponible. Es un tiempo de profetas falsos que suben sus vídeos sin cesar, y yo pienso que el mundo ha de discurrir secreto, silencioso, por otro sendero que nos oculta esta multitud y su verborrea incesante.


Wednesday, March 20, 2024

La Ciudad de la Violencia (VII)

 Un día, los legisladores tuvieron una genial idea: “Vamos a hacer a todo el mundo culpable de todo lo imaginable, salvo que sean capaces de demostrar lo contrario.” El regocijo en la sala legislativa fue casi festivo, pantagruélico. “Si te acusamos de matar a tu madre, tendrás que demostrar más allá de toda duda que tu madre está viva, o serás culpable de matricidio.” La excitación entre los fúnebres togados no paraba de aumentar. “Si te acusamos de tener pensamientos lascivos y pervertidos, tendrás que demostrar más allá de toda duda que tu mente está limpia “. Aplausos ciceronianos resonaron por salas y pasillos marmóreos. “Si te acusamos de traicionar a tu patria, en acción u omisión, en hecho o en intención…ay, si te acusamos de traidor, pobre de ti”. Las carcajadas y los gimoteos hacían temblar burlonamente las papadas de los juristas. Alguno, demasiado enjuto para ostentar grasas colgando del mentón, balanceaba su figura cadavérica como muestra de pláceme con los acontecimientos. Desde los sótanos, el verdugo se relamía de placer por todo el trabajo extra que pronto le llegaría. Y así, el Libro de las Leyes se seguía escribiendo con sangre y agua con sabor a lágrimas, en el tono pomposo y grandilocuente de los que ya ni recuerdan lo que es el sufrimiento.

Friday, March 15, 2024

La Ciudad de la Violencia (VI)

Procedimientos. El resultado no importa. Las consecuencias no importan. Lo fundamental es atenerse a los procedimientos, seguir un orden, no saltarse ningún paso.  Hay una razón poderosa tras el código vigente, aunque nadie alcance a comprenderla. Las jerarquías inferiores no pueden. Las medias no necesitan comprender. Y las superiores…esas disponen para que el cuerpo apropiado ejecute. Ejecutar; hermosa palabra. Fulgor cortante y resoluto. No dudar. Procedimientos. Los gemidos, el vómito, la sangre, los huesos rotos y los apéndices desmembrados, eso no puede detener un proceso. Sería un signo de debilidad. Un error. Algo humano. Justo lo que nosotros aborrecemos. Leer el código en voz alta una y otra vez, para que las súplicas del sujeto no nublen nuestra mente. Impedir las réplicas y cuestionamientos para no ralentizar el avance. Presentar, ejecutar, cerrar. Hermoso ballet procedimental. Que el movimiento fluya, no importa hacia donde. Ser eficientes. Ser asépticos. Esto es superior a la justicia. Esto es una moral en sí misma. Los muertos y mutilados, las imprecaciones y los llantos, ¿qué nos han de importar si hemos servido con eficacia? Los números son nuestro deber, no las personas. Procedimientos. Homogeneizar; destruir; limpiar. El progreso es un código infalible puesto que no cejaremos hasta que no quede nadie que lo cuestione.

Sunday, March 10, 2024

Neón

Neón. En el cielo. Pendiendo amenazantes. Siempre hay alguna historia de un cartel que cayó accidentalmente y causó graves daños o mató a alguien. Rojo. Amarillo. Intermitente. Intenso. Hace unas semanas escuché una entrevista a una chica que estaba aprendiendo el arte de dibujar en neón. Hablaba de técnicas peligrosas, en las que la inestabilidad del mercurio podía producir explosiones súbitas. Gente mutilada. Como tantas otras cosas en esta ciudad, fascinante a la vista, terrible en sus entrañas. Esos signos tan abstrusos para el bárbaro occidental. Lo comercial se difumina para el analfabeto, y una extraña, hipnótica, estética de modernidad chillona le embarga. Todos pueden comulgar en el ritual del consumismo. Todos deben hacerlo. Esas carreteras en avenidas jalonadas de torres gigantescas, desfiles de luces y colores que nos hacen sonreír ante la sublimación de lo trivial. Y, sin embargo, siempre hay una sombra de tristeza en el neón. Un fondo negro necesario. Una inescrutabilidad mareante. Una burla frívola ante los daños de la vida. ¿A quién le importarán tus miserias mientras refuljan las luces de neón en los carteles? Come, sigue la letra y canta, baja la cabeza y no protestes. Da gracias de que se te permite vivir aquí. Hay lugares horribles al otro lado, en los que al alzar la vista sólo se ve el cielo. Mejor no intentes imaginarlo. Mejor métete en el centro comercial. Ciudad de neón. Espectáculo. Y como tal, falso. Ensoñación. Creo que van a aumentar la frecuencia de los fuegos artificiales. Más intensidad. Más luz. Aunque muera prematura en el vacío. Alguien me dice que los neones están desapareciendo. Que ya nadie les presta atención. Que los están sustituyendo por pantallas electrónicas con vídeos, canales promocionales, capturas instantáneas. Que hay cámaras en la ciudad leyendo los rostros de los paseantes, registrando el anonimato, supervisándolo, juzgándolo. El neón ya no nos sirve. No es suficientemente virtual. No es inmersivo. Las distopías evolucionan. Pero algunos idiotas indolentes todavía disfrutamos observando la belleza triste y dionisíaca de los carteles de neón en la gran ciudad. Nuestro espíritu infantil parpadea dentro de ellos. No se lo lleven, por favor. Déjenlo ahí, arriba, oscilando amenazante, hermoso. Moderno. Nostálgico.

Tuesday, March 5, 2024

Axiomas - 2024

La cultura es un juego de espejos y sugestiones que nos imponen desde pequeños. La tradición es una piedra de Sísifo que nos impide huir de pasados ajenos. La literatura es una mentira, salvo cuando se centra en detalles minúsculos, bordados ínfimos, que unidos por millones configuran nuestras vidas. La política es un escorpión que juega a proteger a sus víctimas, ignorante de cuánto tiempo podrá contenerse. La religión es un humo ascendente e intoxicante. La vida, sólo la vida. Eso es lo que importa. Protegerla. Defenderla. Amarla. Huir de los impulsos de muerte. Ese ha de ser el fin último y único de la razón. Nada más.

Monday, February 26, 2024

Bosquejos de una sociedad XIII

Hay tanto dolor que mitigar. Hay tantas heridas evitables que enseñar a restañar. No es un trabajo, es una vocación. Me han dicho que recuerde hacerles firmar el formulario al final de cada entrevista, y registrar el día, la hora y el lugar. De ninguna manera te olvides, ¿eh? Pero lo importante es lo que hayamos hablado antes, ¿verdad? A ver, recuerda bien los nombres. Y las caras. Y las relaciones. ¿Quién se quejaba de quién? Sobre todo, transmite positividad. Si están aquí es porque la negatividad les ha engullido, ¿no es así? Una persona positiva puede sobreponerse a lo que sea. La actitud es lo más importante, ¿o no? A ver, sonríe. Y haz un esfuerzo por escuchar, por recordar, por registrar. Empatía. Estas personas necesitan empatía. No han recibido suficiente amor. Por eso se hacen daño los unos a los otros. Tampoco han tenido una buena educación. Es realmente lastimoso. No son tan afortunados como nosotros. Pero ahora yo tengo que encauzarles, empujarles a una solución, a buscar la paz. Cerrar el caso. Pero, pienso yo, no se puedo cerrar un caso si no se está completamente segura de que las cosas van a ir a mejor para ellos, ¿o sí se puede? ¿Me regañarán si prolongo los casos más de lo recomendado? Me gustaría ascender de categoría, no ser siempre una asistente. Yo también tengo ambiciones laborales. No sólo es pensar en los demás. A ver, recuerda los procedimientos, los pasos. Haz una ficha de cada uno y tenlas ordenadas. Esos formularios iniciales que les hacemos rellenar, qué horrible, páginas y páginas que luego, ¿leerá alguien alguna vez? Y a la mayoría no les gusta escribir, o lo que escriben es pura incoherencia. Aunque seguro que para ellos es importante. Pero no quieren ponerlo por escrito. Supongo que mi trabajo es sacárselo, registrarlo, reciclarlo, hacerles ver lo que está mal. Es una gran ayuda, ¿verdad? Pero son tantos casos cada semana… necesito unas vacaciones pronto. Alguna gente me absorbe toda la energía. Vampiros. Hacen un esfuerzo por comportarse. Pero ya sabes que en privado era diferente, y eso hay que corregirlo, evitarlo. Y las mentiras y reproches. Un bosque espeso a desbrozar, rama a rama, avanzando tan despacio… Me siento agotada. Dice la supervisora que eso es lo normal. Que me acostumbre. Y las ganas de llorar sin recordar exactamente por qué, que vienen como una arcada, de súbito, violentamente. Que todos lo sufren en la profesión. Pero que te acostumbras y va desapareciendo. Con los años. Supongo que eso es algo bueno. Un reflejo natural de la mente para protegerse. Supongo.

En casa me dicen que no me obsesione con los casos. Con ayudar. Que lo importante es que tengo un trabajo estable, y hay que saber mantenerlo. Que hubiera sido mejor si me hubiera hecho médica, o abogada, pero que un trabajador social tampoco vive tan mal, se empieza desde abajo, y el sueldo va mejorando. Un funcionario, al fin y al cabo. Trabajo asegurado para el resto de tu vida. En el banco te aprobarán la hipoteca para comprarte tu propia casa seguro. Y podrás viajar en vacaciones. Olvidar todo este daño. Todo este sinsentido. El egoísmo. La avaricia. La ignorancia. El miedo. Tristeza. Sobre todo, tristeza. ¿De dónde viene toda esta negatividad, toda esta maldad? No lo entiendo. Hay que tener una referencia, una guía en la vida, algo que te encamine en una buena dirección. Esperanza. Algo por encima de la porquería del día a día. Algo que merezca la pena. ¿Y yo lo tengo? Claro, no seas estúpida. ¿Por qué yo sí y ellos no? ¿Voluntad divina? ¿Destino? En la Facultad te decían que hay algo detrás; algo detrás de las palabras; algo detrás del rechazo; algo detrás de la agresión. Que nuestra labor es identificar ese algo y ayudar a estriparlo. Con eficiencia. Porque los recursos del Gobierno no son infinitos. No para ellos, pobrecitos. Realmente soy afortunada de no estar al otro lado. ¿Estoy segura de que nunca llegaré a estarlo? Uf, qué escalofrío. ¿Por qué habría yo de…? Imposible. Por eso estoy aquí, para ayudar, para ser eficiente, para recuperar, para reintegrar. Todo menos desechar. Todo menos eso. Supongo. Pero, ¿y si algún día me equivoco? ¿Qué les puede pasar a las vidas de estas personas si no tomamos las decisiones correctas, si no intervenimos a tiempo para evitar que las cosas vayan a peor? No, no es posible. Para eso están los procedimientos, el código. Sí, para eso. Y además, están las ONGs, están las iglesias y sus programas. Realmente esta es una sociedad afortunada, ¿verdad? Aunque…no, realmente lo es. Mira el otro lado. Ahí es mucho peor, o eso dicen. Mejor no indagar, no te metas en problemas tan ajenos. Lo tuyo es hacer un informe del problema, recomendar una dirección, hacer que la gente vuelva a ser funcional. Proteger, ¿no es así? Qué extraño, protegerles de ellos mismos. ¿De dónde viene todo este daño que la gente genera? Las agresiones, las mentiras, los suicidios, el desequilibrio... A veces pienso que está por todas partes, extendiéndose como una plaga silenciosa, y que lo que yo haga no podrá evitar su expansión. ¿Por qué? ¿No se acabará nunca? Pero yo tengo una tarea que cumplir, un juramento ante la autoridad, no puedo detenerme a tener tantas dudas. Hay que seguir ayudando, hay que seguir cerrando casos. Pero, ¿por qué vuelvo a sentirme anegada de lágrimas otra vez?

Friday, February 9, 2024

Feliz Año Nuevo Chino

Año Nuevo Chino. Rojo por todas partes. Colores chillones. Sonidos metálicos sincopados y nerviosos. Excitación. Frío, como la tradición marca. No es bueno olvidarse del avituallamiento antes de que cierren los comercios, para algunos trabajadores poco menos que única vacación del calendario. Sonrisas. Maletas en el transporte público. ¿Quién sabe para qué o a dónde? Recuento de familiares, distribución de visitas. Los agasajos para aquellos que nos deben el aprecio de la sangre, ¿están listos? Flores. Amarillo, cosa extraña, o un malva apagado. Rápido, no olvides limpiar la casa y cortarte el pelo antes de que sea demasiado tarde. En un puesto en la calle, cerca del cruce principal, alguien ofrece escribirte un buen deseo con caracteres chinos en un papel cárdeno. Si prestas atención verás el emblema del partido político en la solapa del caballero sonriente junto al artista. Ropa que recuerde quién eres, de dónde vienes, el lugar que ocupas y las maneras que te corresponden. La patria siempre se lleva más ligera si tiene un aire festivo. Sobres rojos con billetes en los bolsillos, cada uno con cantidades diferentes, para marcar las jerarquías sobre los que te habrán de servir durante todo el año, también dentro de la familia, recordatorio omnipresente de la estructura y de dónde estamos. Dar para dominar, para significar preferencia, para humillar. El dinero siempre presente. Pasteles de boniato, arroz aguado, una sopa especial en la cena con allegados. Desea salud, recoge dádivas. Finge que eso no es lo importante. Los mayores juzgando todo lo que les rodea. Su privilegio, la tradición que no cesa, leyes invisibles impermeables al poder diluyente de un mundo externo acelerado. ¿Cuándo te vas a casar? ¿Por qué no tenéis hijos todavía? ¿Ya os habéis comprado una casa? ¿Te han ascendido en el trabajo? ¿Por qué has traído a ese gwailo de mierda a la reunión? Aguanta. Buenos deseos. La familia. Sólo los niños parecen disfrutar, ajenos a estos subtextos sofocantes, colocando y recolocando sus sobres en órdenes diferentes y aleatorios, como colecciones de cromos inocuas, danzando incansables los ritmos machacones de la publicidad conmemorativa en el omnipresente televisor, estridencia añadida. Casas envueltas en horrendas, intermitentes, luces de colores. Guirnaldas, cintas, sartas diversas. ¿Qué animal toca este año? Su figura abarrotará todos los rincones durante unas semanas, para acabar después en vertederos y bolsas de plástico arrumbadas sobre algún armario. Rojo. Excitación. Flores de fuego, estridentes explosiones en el cielo que subliman la estética de lo impermanente. La felicidad de la gran familia y la desolación de quien saluda a fantasmas. Es la crueldad de toda festividad. Año nuevo chino. Tiempo de desear prosperidad, incluso al indigente y al desheredado. También, especialmente, al poderoso y afortunado. La generosidad como obligación social. Aprendan la lección, y no estropeen el ritual. ¿Qué han predicho los palos de incienso este año? ¿Has hecho tu ofrenda ya? ¿Has dado suficientes vueltas a la rueda litúrgica? Espanta el polvo de la desgracia pasada. Un nuevo signo se extiende sobre los cielos. Quizá tu suerte cambie. Pero este mundo no lo hará. Para eso están las tradiciones.

Tuesday, January 23, 2024

Traducciones apócrifas 1: Últimas líneas de un poeta en el exilio

 Recluido en mi pobre biblioteca, / desprecio el valor de este billete chillón, / con sus símbolos ajenos e ininteligibles / y su promesa de placeres mundanos y pasajeros. / Sueño, a través de estas letras familiares, / con un hogar perdido y lejano / y un retorno a unos recuerdos / que me llaman, suaves y fantasmagóricos, / y que me impelen a cruzar al otro lado.

Monday, January 22, 2024

Bosquejos de una sociedad XII

¿Cuánta gente? ¿Tres? Por aquí, en esta mesa. Ahora vienen a limpiar, venga, a sentarse. Un té helado bajo de endulzante y un agua con limón caliente. Marchando. ¿El menú de la mañana? Demasiado tarde, lo hemos cambiado ya. Vamos, desfilando, que hay que hacer espacio. Esto no es el salón de tu casa, viejo. Claro, que no tienes salón en el cuchitril donde vives, no hay espacio. Seguro que las esquinas ni se ven porque se las ha comido la roña. Nota mental: no acabes siendo como estos viejos. Nota mental: la mesa cinco necesita reponer los cubiertos. ¿Cuánta gente? ¿Cinco? Pues toca esperarse, las mesas grandes están todas cogidas. A ver si acaban de comer y se largan, su puta vieja madre, que luego encima nos culpa el patrón a nosotros de no mover y renovar a los clientes con suficiente rapidez. Encima. Ya quisiera yo sentarme a comer con la parsimonia de estos cabrones. Deja de mirar a las noticias de la televisión y mastica más rápido. A ver, este pedido, ¿qué número es? Joder, vaya lío que se traen en este mostrador. Toda la puñetera salsa encima del número del pedido. Así, ¿cómo voy a saber para qué mesa es esto? ¿Tengo que ponerme a preguntar a voces quién ha pedido el arroz frito con piña, realmente? Joder, calambres en las piernas y encima afónico. Mierda de trabajo. Y si te sientas treinta segundo te señalan desde la cocina y ya sale el patrón a echarte la bronca. En el anterior restaurante estaba mejor. Y me daban de comer mejor. Aunque la paga era la misma mierda. Como para llegar a fin de mes sin morirte de hambre, y a veces ni eso. Y el calzado que se gasta, y te suben el alquiler, y ni visites al médico, los camareros que se enferman no sobreviven. No te jode. Horas y horas aquí seis días a la semana, y la cuenta bancaria tan vacía como siempre. No compres cervezas para beber en el piso. No apuestes a los caballos. No gastes, no respires, no… sólo trabaja, venga, animal, y sonríe, ostia, que los clientes quieren gente alegre. Bueno, al menos el gilipollas de Zhang se ha ido ya, no le aguantaba ni un día más, ese sí que era un experto en escaquearse y luego lamerle el culo al jefe. Aunque el cabrón se largó sin devolverme los doscientos pavos que le presté hace tres meses. Su puta vieja madre. Ahora estoy a gusto con la otra gente. Especialmente Ming. Con la coleta y el uniforme ajustado está muy, pero que muy… todavía tiene buen tipo, su vieja madre. Dile algo al pasar ahora, cualquier cosa. Eh, esa mesa, ¿están servidos? Cojonudo. Ah, esa sonrisa. Es mi paga extra, porque otra cosa… bueno, mejor aquí que en la habitación del piso con los otros tres zarrapastrosos, gente que no ha limpiado un baño o una cocina en su puta vida. Ya me podía tocar el “Marca-seis”, les mandaba a todos a tomar por el… y seguro que Ming me miraba mejor, igual ya no se acordaba tanto de su marido. Vaya juerga que nos podríamos correr juntos, ¿eh? A ver, ¿cuánta gente? ¿Dos? Pues ahí al lado tuyo te puedes sentar, subnormal. ¿No lo ves? Venga, sin miedo, que no van a salir cucarachas del asiento a morderos el culo…o igual sí, je, je. Estoy cansado, joder, y todavía me queda hasta acabar el turno. Me estoy mareando. Me estoy haciendo viejo. ¿Cómo era eso de las pastillas que me contaba el otro día el chaval de los jueves? Igual necesito un poco de ayuda para seguir tirando. Porque a la mula, cuando ya no carga y se le doblan las patas…mierda de vida. Pena de no haber nacido rico. Tener estudios. Vestir un traje, ir a una oficina, hablar idiomas…¿Qué mesa dices? Fideos fritos picantes. Esto me lo comía yo ahora, picara o no. Tengo hambre. A ver si le pido luego a Wong que me ponga un té con café caliente, a ver si despejo un poco. Sí, me hago viejo. No vamos a mejor, precisamente. A ver si me cayera un poco de esa prosperidad y riqueza de la que hablan por la tele, en las noticias y en los programas de cotilleo. Cualquier día de estos. Pero entre medias… ¿sí, qué va a ser? Cerdo con jengibre y arroz, buena elección. Y un té con leche caliente. Venga, seguimos. ¿Cuántas personas?...

Tuesday, January 16, 2024

Nuevos e infructuosos intentos de definición

 HK, entre la visión empresarial y la caritativa, un abismo neoliberal de desigualdad, abusos y malas intenciones. Lo peor del ser humano sale a relucir constantemente en estos sistemas de relaciones sociales basados en el dinamismo destructivo, y los sociópatas se apoderan del sentido común para medrar impunemente. Y al que no le guste este modelo, que cruce la frontera y se pierda en el inmenso mar de lágrimas de los mandarines insondables y milenarios.

Sunday, January 14, 2024

Toxicidades

 Cuando el peso de una sociedad aplasta a un ser humano hasta el punto de imposibilitarle el ser una persona honesta y buena, sólo queda un adjetivo para describir las relaciones en ese ámbito: tóxicas.