Año Nuevo Chino. Rojo por todas partes. Colores chillones. Sonidos metálicos sincopados y nerviosos. Excitación. Frío, como la tradición marca. No es bueno olvidarse del avituallamiento antes de que cierren los comercios, para algunos trabajadores poco menos que única vacación del calendario. Sonrisas. Maletas en el transporte público. ¿Quién sabe para qué o a dónde? Recuento de familiares, distribución de visitas. Los agasajos para aquellos que nos deben el aprecio de la sangre, ¿están listos? Flores. Amarillo, cosa extraña, o un malva apagado. Rápido, no olvides limpiar la casa y cortarte el pelo antes de que sea demasiado tarde. En un puesto en la calle, cerca del cruce principal, alguien ofrece escribirte un buen deseo con caracteres chinos en un papel cárdeno. Si prestas atención verás el emblema del partido político en la solapa del caballero sonriente junto al artista. Ropa que recuerde quién eres, de dónde vienes, el lugar que ocupas y las maneras que te corresponden. La patria siempre se lleva más ligera si tiene un aire festivo. Sobres rojos con billetes en los bolsillos, cada uno con cantidades diferentes, para marcar las jerarquías sobre los que te habrán de servir durante todo el año, también dentro de la familia, recordatorio omnipresente de la estructura y de dónde estamos. Dar para dominar, para significar preferencia, para humillar. El dinero siempre presente. Pasteles de boniato, arroz aguado, una sopa especial en la cena con allegados. Desea salud, recoge dádivas. Finge que eso no es lo importante. Los mayores juzgando todo lo que les rodea. Su privilegio, la tradición que no cesa, leyes invisibles impermeables al poder diluyente de un mundo externo acelerado. ¿Cuándo te vas a casar? ¿Por qué no tenéis hijos todavía? ¿Ya os habéis comprado una casa? ¿Te han ascendido en el trabajo? ¿Por qué has traído a ese gwailo de mierda a la reunión? Aguanta. Buenos deseos. La familia. Sólo los niños parecen disfrutar, ajenos a estos subtextos sofocantes, colocando y recolocando sus sobres en órdenes diferentes y aleatorios, como colecciones de cromos inocuas, danzando incansables los ritmos machacones de la publicidad conmemorativa en el omnipresente televisor, estridencia añadida. Casas envueltas en horrendas, intermitentes, luces de colores. Guirnaldas, cintas, sartas diversas. ¿Qué animal toca este año? Su figura abarrotará todos los rincones durante unas semanas, para acabar después en vertederos y bolsas de plástico arrumbadas sobre algún armario. Rojo. Excitación. Flores de fuego, estridentes explosiones en el cielo que subliman la estética de lo impermanente. La felicidad de la gran familia y la desolación de quien saluda a fantasmas. Es la crueldad de toda festividad. Año nuevo chino. Tiempo de desear prosperidad, incluso al indigente y al desheredado. También, especialmente, al poderoso y afortunado. La generosidad como obligación social. Aprendan la lección, y no estropeen el ritual. ¿Qué han predicho los palos de incienso este año? ¿Has hecho tu ofrenda ya? ¿Has dado suficientes vueltas a la rueda litúrgica? Espanta el polvo de la desgracia pasada. Un nuevo signo se extiende sobre los cielos. Quizá tu suerte cambie. Pero este mundo no lo hará. Para eso están las tradiciones.
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