Monday, February 26, 2024

Bosquejos de una sociedad XIII

Hay tanto dolor que mitigar. Hay tantas heridas evitables que enseñar a restañar. No es un trabajo, es una vocación. Me han dicho que recuerde hacerles firmar el formulario al final de cada entrevista, y registrar el día, la hora y el lugar. De ninguna manera te olvides, ¿eh? Pero lo importante es lo que hayamos hablado antes, ¿verdad? A ver, recuerda bien los nombres. Y las caras. Y las relaciones. ¿Quién se quejaba de quién? Sobre todo, transmite positividad. Si están aquí es porque la negatividad les ha engullido, ¿no es así? Una persona positiva puede sobreponerse a lo que sea. La actitud es lo más importante, ¿o no? A ver, sonríe. Y haz un esfuerzo por escuchar, por recordar, por registrar. Empatía. Estas personas necesitan empatía. No han recibido suficiente amor. Por eso se hacen daño los unos a los otros. Tampoco han tenido una buena educación. Es realmente lastimoso. No son tan afortunados como nosotros. Pero ahora yo tengo que encauzarles, empujarles a una solución, a buscar la paz. Cerrar el caso. Pero, pienso yo, no se puedo cerrar un caso si no se está completamente segura de que las cosas van a ir a mejor para ellos, ¿o sí se puede? ¿Me regañarán si prolongo los casos más de lo recomendado? Me gustaría ascender de categoría, no ser siempre una asistente. Yo también tengo ambiciones laborales. No sólo es pensar en los demás. A ver, recuerda los procedimientos, los pasos. Haz una ficha de cada uno y tenlas ordenadas. Esos formularios iniciales que les hacemos rellenar, qué horrible, páginas y páginas que luego, ¿leerá alguien alguna vez? Y a la mayoría no les gusta escribir, o lo que escriben es pura incoherencia. Aunque seguro que para ellos es importante. Pero no quieren ponerlo por escrito. Supongo que mi trabajo es sacárselo, registrarlo, reciclarlo, hacerles ver lo que está mal. Es una gran ayuda, ¿verdad? Pero son tantos casos cada semana… necesito unas vacaciones pronto. Alguna gente me absorbe toda la energía. Vampiros. Hacen un esfuerzo por comportarse. Pero ya sabes que en privado era diferente, y eso hay que corregirlo, evitarlo. Y las mentiras y reproches. Un bosque espeso a desbrozar, rama a rama, avanzando tan despacio… Me siento agotada. Dice la supervisora que eso es lo normal. Que me acostumbre. Y las ganas de llorar sin recordar exactamente por qué, que vienen como una arcada, de súbito, violentamente. Que todos lo sufren en la profesión. Pero que te acostumbras y va desapareciendo. Con los años. Supongo que eso es algo bueno. Un reflejo natural de la mente para protegerse. Supongo.

En casa me dicen que no me obsesione con los casos. Con ayudar. Que lo importante es que tengo un trabajo estable, y hay que saber mantenerlo. Que hubiera sido mejor si me hubiera hecho médica, o abogada, pero que un trabajador social tampoco vive tan mal, se empieza desde abajo, y el sueldo va mejorando. Un funcionario, al fin y al cabo. Trabajo asegurado para el resto de tu vida. En el banco te aprobarán la hipoteca para comprarte tu propia casa seguro. Y podrás viajar en vacaciones. Olvidar todo este daño. Todo este sinsentido. El egoísmo. La avaricia. La ignorancia. El miedo. Tristeza. Sobre todo, tristeza. ¿De dónde viene toda esta negatividad, toda esta maldad? No lo entiendo. Hay que tener una referencia, una guía en la vida, algo que te encamine en una buena dirección. Esperanza. Algo por encima de la porquería del día a día. Algo que merezca la pena. ¿Y yo lo tengo? Claro, no seas estúpida. ¿Por qué yo sí y ellos no? ¿Voluntad divina? ¿Destino? En la Facultad te decían que hay algo detrás; algo detrás de las palabras; algo detrás del rechazo; algo detrás de la agresión. Que nuestra labor es identificar ese algo y ayudar a estriparlo. Con eficiencia. Porque los recursos del Gobierno no son infinitos. No para ellos, pobrecitos. Realmente soy afortunada de no estar al otro lado. ¿Estoy segura de que nunca llegaré a estarlo? Uf, qué escalofrío. ¿Por qué habría yo de…? Imposible. Por eso estoy aquí, para ayudar, para ser eficiente, para recuperar, para reintegrar. Todo menos desechar. Todo menos eso. Supongo. Pero, ¿y si algún día me equivoco? ¿Qué les puede pasar a las vidas de estas personas si no tomamos las decisiones correctas, si no intervenimos a tiempo para evitar que las cosas vayan a peor? No, no es posible. Para eso están los procedimientos, el código. Sí, para eso. Y además, están las ONGs, están las iglesias y sus programas. Realmente esta es una sociedad afortunada, ¿verdad? Aunque…no, realmente lo es. Mira el otro lado. Ahí es mucho peor, o eso dicen. Mejor no indagar, no te metas en problemas tan ajenos. Lo tuyo es hacer un informe del problema, recomendar una dirección, hacer que la gente vuelva a ser funcional. Proteger, ¿no es así? Qué extraño, protegerles de ellos mismos. ¿De dónde viene todo este daño que la gente genera? Las agresiones, las mentiras, los suicidios, el desequilibrio... A veces pienso que está por todas partes, extendiéndose como una plaga silenciosa, y que lo que yo haga no podrá evitar su expansión. ¿Por qué? ¿No se acabará nunca? Pero yo tengo una tarea que cumplir, un juramento ante la autoridad, no puedo detenerme a tener tantas dudas. Hay que seguir ayudando, hay que seguir cerrando casos. Pero, ¿por qué vuelvo a sentirme anegada de lágrimas otra vez?

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