Thursday, October 26, 2023

Bosquejos de una sociedad VIII

Venga, vamos. Otro turno. Otro día. Otro millar de gilipollas cruzándosete por el camino, deseando morir e irse al infierno. Y encima, yo no puedo parar y frenar y decir “tenga cuidado, abuela”, o “señor, hágase a un lado, por favor”, o llegaría fuera del límite de horario asignado a mi turno. Porque esos putos límites de tiempo sacan de quicio a cualquiera. “Hay que fluir¨, dice el encargado de línea. “La gente se quejará si llegas tarde”, dice el muy capullo. No te jode. La gente se queja siempre de todo. “No arranques, que no me he sentado todavía”. “No cierres la puerta, que tengo que salir”, y la puerta que lleva abierta diez segundos sin que nadie se haya movido. Y a mí me cronometran todo. Hasta el tiempo para cagar. Hasta lo que tarden en abrirse todos los jodidos semáforos de la ruta. ¿Y por qué no me cronometran y me añaden también cada vez que tengo que bajarme a echar la plataforma para que suban los paralíticos en la silla de ruedas? ¿O cada vez que alguien me pregunta si esta línea para en yo que sé qué calle? Esto no es un taxi, joder. Léete la lista de paradas antes de subirte. Pero hay qué fluir. Hay que ser rápido. Rápido. Rápido. Más rápido. Has perdido mucho en el atasco. Acelera. O tendrás una falta. Y cuando acabes recorrido, lo justo para mear. Descansitos, pocos, ¿eh? Hay que rendir. Más rápido. Más pasajeros. Más dinero para los dueños de esta puta compañía. ¿Pero cómo voy a ir más rápido llevando este mastodonte de dos pisos, ¿eh? Tú lo has visto bien, ¿no? Bonito, ¿verdad? Cojonudo para la foto. Cuando eres un crío, tener estos autobuses como juguete está muy chulo. Mira que te gustaban de chaval…Pero ahora que tienes que mover uno de verdad entre todo este tráfico, con la gente bajándose de la acera todo el tiempo, si es que parecen idiotas. ¿Y tú sabes todos los ángulos ciegos que tiene este monstruo? Mucho sistema electrónico, mucho pitar, pero si no estoy atento se me meten hasta en las ruedas, joder, no piensan. Sólo tienen prisa. Cruzar, cortar por el medio de la carretera. Más rápido, más rápido. Y luego que se piensan que yo freno en seco y ya está. Como si fuera posible. Para que encima los pasajeros se te echen encima y digan que se han golpeado por tu culpa. A esta bestia no siempre se la domina. Vamos, que no me duelen luego los músculos y los hombros. Esta palanca de cambios le revienta la espalda a cualquiera. Deberían subvencionarnos unos masajes. Por el bien de todos, ¿no? Mejor tenernos relajados y sanos, listos para parar en cuanto surja el momento de peligro. Porque si no se te cruza un taxista loco en la autopista, se te pegan decenas de peatones suicidas por la calle en Kowloon, o el camión se empeña en pasar antes que tú, a ver quién los tiene más bien puestos. Psicópatas al volante. Joder. Es mucha responsabilidad para mí. No me lo compensan lo suficiente. No entienden lo que quema y exige este trabajo en un lugar como este. No entienden que en mis días libres no quiero ver un volante cerca. No entienden que todas esas muchedumbres desparramándose sin cuidado, pegándose al arcén, mirando su móvil o al cielo mientras se te acercan, me aterrorizan, me asquean. La gente debería ser más disciplinada, como los japoneses. Aunque he oído que en otras partes es peor. Al otro lado, ufff… Y la memoria, todos esos recorridos y paradas que hay que recordar. A ver cómo coño das marcha atrás si te equivocas y te metes en la bocacalle equivocada. Pero si apenas cabe el autobús, como para maniobrar. Su puta vieja madre. Este trabajo es para gente especial, ¿eh? No es para cualquiera. No pierdas el temple cuando un subnormal te grite porque suba frustrado y quiera liarla. Ni le mires. Escoria. Y si se quejan de que vas despacio, que se aguanten, por su bien… mira lo de aquel autobús de la carretera a Tai Po y los viejos borrachos de vuelta del hipódromo hinchándole lo que no debían al conductor; mira cómo acabaron. Más rápido. Tu puta vieja madre, más rápido. Cómprate una moto y acelera hasta estamparte si quieres. Y esa es otra, las motos, a toda mecha por la izquierda y por la derecha, jugándosela para ganar unos pedidos y unos pocos dólares más. Pobres diablos. Y pobre de ti se les tocas por accidente. Joder. No quisiera yo. Estamos todos jodidos en esta jungla de asfalto. En serio. Más rápido. ¿Para qué? Mejor es que llegues de una pieza, imbécil. Respeta al capitán del vehículo. Por la cuenta que te trae. No es un trabajo para cualquiera. Hay que ser duro, física y mentalmente. Y qué poco nos lo agradecen. Más rápido. Sí, hombre, hasta que te salgas y te despeñes. Qué visión, un elefante de estos de dos pisos estrellado verticalmente, ¿eh? Y la gente desparramada por todas partes. Joder. Escalofríos. Tranquilo. Sobre todo, tranquilo. Tú eres el capitán. Tú decides. La máquina te sigue. Ellos no saben. Sólo saben abrir la boca y gruñir. Sí, hombre, sí, más rápido… anda y cómprate un coche de carreras y vete a una isla a estrellarte en una carretera perdida…  

Tuesday, October 17, 2023

Geografías locales XI

Jordan – Yau Ma Tei

Enormes avenidas saturadas de tráfico y cadenas variopintas, seccionadas por callejones estrechos, con frecuencia zigzagueantes. Colorido. Ruido. Líquidos corriendo junto al pavimento y olores difícilmente descifrables. Rostros de tez oscura, miradas entre lo desinhibido, lo amenazador y lo expectante. Mujeres cubiertas de pies a cabeza en rojos, amarillos, verdes, sedas étnicas y tintineo de joyería asiática. ¿Multiculturalidad o pobreza arracimada, chabolismo vertical, urbano? Opulencia en venta a pie de calle, suciedad en las fachadas. Asia es un contraste ininteligible para el occidental, y aquí todo el continente se contrae en unos escasos kilómetros cuadrados. Lo hermoso y lo destartalado se suceden. Apenas atisbamos el drama familiar tras esas escaleras sucias y oscuras. Son los submundos de Hong Kong. Acentos indescifrables por su variedad: nepalí, urdu, bengalí, farsi, pastún, árabe, suajili, mezclados constantemente con varios dialectos chinos. Occidente ha sido engullido y ningunizado aquí; hermoso y aterrador. La presencia confortante de un enorme espacio verde alrededor, reino de niños desentumeciéndose del enclaustramiento y castigo inmobiliario, humaniza un poco estas calles de un aire vagamente descorazonador. Señales mudas nos hacen entender que no todo es seguro aquí, no todo es alegre. Más allá del frenesí sensorial de lo turístico se atisba un velo de malestar. Es la desigualdad y la discriminación. Es la sucesión de capas de una sociedad que se disfraza a diario de divertimento para huir de sus propios demonios. Es un paseo agradable, sin duda, pero no quieras quedarte más de la cuenta entre estos edificios, o la tristeza vendrá a hablarte en un idioma que terminarás por entender.