Parques
Parques. Supuestos refugios contra la deshumanización urbanística. Sala de estar de aquel cuyo hogar no llega a los diez metros cuadrados. Arquitectura de la desigualdad, al cabo. Los jardines de las urbanizaciones de viviendas de protección social son una extensión geométrica de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Espacios planos, incrustados, claustrofóbicos en ocasiones. Toscos asientos de granito en sus diversas variantes, tierra y piedras, poco césped -demasiado caro para gastarlo en esta parte de la ciudad-, algo de vegetación. ¿Sombras? No las merecen quienes este lugar frecuenten. Que se cuezan al sol. Así los niños crecerán endurecidos, escamados, aguantarán mejor el trabajo físico en pleno verano cuando crezcan; o puede que algún día no sobrevivan al calor extremo. Quizá mejor así; piedad inversa del aporofóbico. Algunas baldosas de goma con colores para marcar el área infantil o la zona de ejercicio de los ancianos. Démosles el lujo de extender los brazos en el parque, puesto que en sus viviendas tal gesto les es negado. Austeridad. Suciedad ocasional. Colillas. Plástico quemado. Restos de una comida donde el arroz sobrepasa a cualquier otro ingrediente. Hormigas y cucarachas. Adultos y viejos con rostros descontentos, desorientados. Niños todavía ajenos al desastre de crecer pobres. Madres desconfiadas. Alguna que otra empleada doméstica al cargo de los mayores, o buscando refugio de una condena llamada servicio. También hay divisiones entre los humildes. Qué gran contraste entre estos pequeños parques de barrio y las grandes extensiones verdes que se publicitan como atracción para el ocio en la ciudad. ¿No hay turistas aquí? ¿No? ¿Tampoco expatriados? ¿Y millonarios? Estúpido, los ricos no necesitan parques públicos. Pueden permitirse el privilegio de un asiento y un café de sabores exóticos bajo el azote violento del aire frío en plena canícula. Entonces, ¿para qué molestarse? Es más que suficiente. Ellos sabrán arreglarse. Total, están acostumbrados. No es cosa de hacerles creer que tienen derecho a lo mismo que los de arriba. Faltaría más. Realmente, el gobierno es bueno y se preocupa ya más de lo debido por sus vástagos infortunados. Y tan poco como agradecen las dádivas de los altos benefactores. Qué se habrán creído. Que se muden al otro lado, si no están contentos aquí. Maravillosa planificación. Cada distrito tiene su parque. Diapositiva cruda de un lugar y sus categorías, sus defectos, o incluso su hermosura más humilde. También de su fealdad más intrínseca e indisoluble. Vegetación selvática, amenazante si no se la trata con suficiente frecuencia. En los casos más afortunados, adornos florales prestados por un nutrido cuerpo de jardineros profesionales. Árboles de Bania con su aspecto fantasmagórico de cuento de hadas terrorífico, hogar misterioso de multitud de insectos y alimañas. Cuentan algunas viejas que dentro de estos troncos foscos y retorcidos desaparecieron niños de los que jamás se supo. Caracoles. Lagartijas. Lagartos. Serpientes. Pájaros de cola interminable. Palomas obscenamente obesas. Algún jabalí voraz, atraído por la falta de higiene. Mayormente, tráfico, incesante, a veces monstruoso en su tamaño e insistencia en rodear a aquellos que quieren santificar el pecado moderno de la improductividad. Pequeños fragmentos arrancados a la colina verdosa en la lejanía, y trasplantados a la locura urbana. Parques; ni siquiera a uno aquí le es permitido olvidarse de su condición social. Descansa. Escucha. La algarabía selvática de la megalópolis se endulza aquí lo suficiente para el oído humano. Respira. Sonríe. Y ahora, vuelve al centro comercial.
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