Sunday, August 4, 2024

Callejones

Callejones. Lugares de huida de la voracidad laboral. Manchas negras, aceitosas, perennes, por todas partes. Cucarachas de todos los tamaños, algunas inverosímilmente voluminosas, correteando entre cajas de cartones ondulados y supurantes. Estrechos, hediondos. Escena de descanso fugaz para trabajadores pobres, precarios. Metales afilados y herrumbre por todos lados. Cuidado. Tuberías, cañerías, aires acondicionados. Mucho cuidado, nadie tiene un seguro médico aquí. Con suerte, te dejarán a la puerta del hospital, y te dirán que estés listo para volver al trabajo mañana, o que avises si no para que busquen a otro. La desgracia afilada es compañera del explotado. Fúmate un cigarro, escupe, cágate en la vieja madre del jefe si no hay nadie alrededor que te pueda traicionar, ponte en cuclillas para aguantar el mareo y las arcadas. Vapores apestosos, miasmas flotando alrededor. Toda la basura que los clientes generan se apila aquí. Hay que moverla antes de que lleguen las ratas. O quizá sea demasiado tarde. No mires al cielo. Desde aquí no puede verse. Las paredes son demasiado altas y están demasiado cercanas. Pequeños riachuelos de colores varios se entremezclan camino del sumidero. Aquí aparcan sus bicicletas los pobres entre los pobres. Los que por unos pocos dólares transportan comida para los que pueden permitirse no cocinar. Los más afortunados, jóvenes audaces, con frecuencia paquistaníes o nepalíes de tez oscura y sonrisa canalla, dejan sus motocicletas y se apresuran a buscar un pedido, un nuevo juego de obstáculos y carreras entre la supervivencia y la muerte prematura. ¿Son en realidad ellos los afortunados? Quizá no. Barras oxidadas, placas lacerantes, cajones descascarados. Colillas. Sombras. Por aquí no se atreven a cruzar los fantasmas blancos, sus huellas en la mugre llamarían la atención de los animales salvajes de las barriadas. Esas puertas abiertas, pero nada invitadoras, son un repelente para el asqueroso orgullo albo. Aquí late y se retuerce la tristeza y la dureza que forma el sedimento de la bonanza económica en la ciudad. Fealdad. Nadie sube fotos de estas callejas a la Red. Invisibles. Vergonzantes. Eternas. Cuánta sangre ha de correr a diario por este pavimento roto para que las torres no se hundan bajo el peso de su apetito monstruoso e irreverente. Callejones.

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