Sunday, August 20, 2023

Geografías locales IX

Admiralty, una curva ascendente, no se podría llegar aquí de ninguna otra forma, salvo que se descienda de la cumbre isleña y su altivez heredada. Cristal y acero, esmerilado, reflejos de azul pálido. Bloques enormes de hormigón. Enormidad. Demasiado grande salvo para unos pocos privilegiados. El tranvía pasea despacioso, fingiéndose ajeno a los acelerones del tiempo. Multitud de autobuses, arteria principal. Tan británica hace unas pocas décadas; sibilante, rechoncha, tierra del Norte ya. El dinero transita furioso por estos pasillos hechos para escapar de las tormentas veraniegas. Colores suaves pero brillantes en el interior del centro comercial para anunciar esos objetos imposibles cuya única función es separar a los verdaderamente ricos del resto. Tiendas impersonales por todos los pasillos, heraldos de la globalización para alimentar y vestir a oficinistas agotados, pero todavía ambiciosos y expectantes. El gran rectángulo sagrado de los abogados que dicen no haber perdido un caso nunca, los sastres que presumen de vestir a reyes y sultanes, los anticuarios que podrían poner un fragmento de Historia en la mesa del cliente que esté dispuesto a pagar para que se encuentre aquello que ya no existe, los diplomáticos que miran y entienden el mundo desde la lejanía arrogante de la ventana sellada en el rascacielos. Tanto, tanto, tanto hechizo y elegancia apilados verticalmente. Y, sin embargo, todo tan vacío y tan frío. Casi peligroso; afilado. Esquinas que son puntos ciegos por todas partes. Laberinto mortífero para quien quiera penetrar sin pertenecer a aristocracia ninguna. Venid solo a limpiar nuestra suciedad. Venid solo a rogar. Venid solo a reafirmar nuestra superioridad. Y marchaos después a agonizar y morir lejos de aquí, lejos de Admiralty.


Hace unos años construyeron un monstruo enorme en esta pequeña zona. Un complejo de cristal oscuro y aspecto ligeramente amenazante. Lo rodearon de ese bien tan escaso en esta ciudad que es el césped natural. Una enorme sombra opaca y deslumbrante en una planicie, en este vacío que cuesta millones en su vanidad inconmensurable. Años después lo rodearon de grandes vallas blancas de plástico. Hoy, si preguntas a algún habitante local, se encogerá de hombros con un gesto entre el desprecio y la ironía, y te dirá que preguntes a otro para qué sirve y quién ocupa este objeto gigantesco. Hay muchos que no quieren escuchar el pálpito de este corazón negro que bombea en todas las direcciones de la región. Mala señal para el futuro.


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