Friday, August 25, 2023

Los escritores subterráneos

Los escritores subterráneos no publican sus libros en grandes tiradas, sufragadas por editoriales prestigiosas y con prólogos de personajes públicos. Los escritores subterráneos se mueven en inframundos evanescentes, fragmentos virtuales de una realidad que gira alocada en el huracán destructivo de los ángeles del tiempo. Aparecen en redes sociales encharcadas en odio, tedio y banalidad. Se refugian en las chozas casi anónimas de un blog, ese mundo de lo anti-profesional y lo no remunerado que corre secreto bajo los pies de críticos e historiadores. Los escritores subterráneos no firman ejemplares, nada más cosechan sonrisas y asentimientos espontáneos, magro regalo del que alimentarse. Nadie analiza su estilo, sus escuelas, sus disputas y pavoneos. Pero nadie documenta como ellos la fragmentación y desorientación del mundo presente. Sin los escritores subterráneos sólo existiría el fascismo de la palabra pulida y fulgente, pero vana y predecible. Los escritores subterráneos no son trabajadores ejemplares. No tienen un horario fijo ni un despacho repleto de reliquias. Son perezosos, remolones, prefieren aullarle a la luna negra pintada en la pared desconchada de un tugurio a levantar una catedral de vacuidades. Son obsesivos, pero demasiado discretos para apabullar al prójimo con laberintos de alfabetos. Producen muy poco, pero irradian lo que escriben; y eso ya es mucho. Los escritores subterráneos se arrugan, se encorvan y se mueren sin que nadie les dedique un homenaje. Eso les desagradaría enormemente. Al escritor subterráneo, como al dios interior, sólo se le honra de forma individual, en la intimidad. Los escritores subterráneos son locos gremiales, condenados de antemano, profetas sin culto. Son el lado oscuro, pero también romántico, de su sociedad. Los escritores subterráneos sueñan el Paraíso, pero lo olvidan a diario. Son el último resquicio de la conciencia, antes de vestirse con el traje del Infierno.  

Sunday, August 20, 2023

Geografías locales IX

Admiralty, una curva ascendente, no se podría llegar aquí de ninguna otra forma, salvo que se descienda de la cumbre isleña y su altivez heredada. Cristal y acero, esmerilado, reflejos de azul pálido. Bloques enormes de hormigón. Enormidad. Demasiado grande salvo para unos pocos privilegiados. El tranvía pasea despacioso, fingiéndose ajeno a los acelerones del tiempo. Multitud de autobuses, arteria principal. Tan británica hace unas pocas décadas; sibilante, rechoncha, tierra del Norte ya. El dinero transita furioso por estos pasillos hechos para escapar de las tormentas veraniegas. Colores suaves pero brillantes en el interior del centro comercial para anunciar esos objetos imposibles cuya única función es separar a los verdaderamente ricos del resto. Tiendas impersonales por todos los pasillos, heraldos de la globalización para alimentar y vestir a oficinistas agotados, pero todavía ambiciosos y expectantes. El gran rectángulo sagrado de los abogados que dicen no haber perdido un caso nunca, los sastres que presumen de vestir a reyes y sultanes, los anticuarios que podrían poner un fragmento de Historia en la mesa del cliente que esté dispuesto a pagar para que se encuentre aquello que ya no existe, los diplomáticos que miran y entienden el mundo desde la lejanía arrogante de la ventana sellada en el rascacielos. Tanto, tanto, tanto hechizo y elegancia apilados verticalmente. Y, sin embargo, todo tan vacío y tan frío. Casi peligroso; afilado. Esquinas que son puntos ciegos por todas partes. Laberinto mortífero para quien quiera penetrar sin pertenecer a aristocracia ninguna. Venid solo a limpiar nuestra suciedad. Venid solo a rogar. Venid solo a reafirmar nuestra superioridad. Y marchaos después a agonizar y morir lejos de aquí, lejos de Admiralty.


Hace unos años construyeron un monstruo enorme en esta pequeña zona. Un complejo de cristal oscuro y aspecto ligeramente amenazante. Lo rodearon de ese bien tan escaso en esta ciudad que es el césped natural. Una enorme sombra opaca y deslumbrante en una planicie, en este vacío que cuesta millones en su vanidad inconmensurable. Años después lo rodearon de grandes vallas blancas de plástico. Hoy, si preguntas a algún habitante local, se encogerá de hombros con un gesto entre el desprecio y la ironía, y te dirá que preguntes a otro para qué sirve y quién ocupa este objeto gigantesco. Hay muchos que no quieren escuchar el pálpito de este corazón negro que bombea en todas las direcciones de la región. Mala señal para el futuro.


Wednesday, August 16, 2023

Bosquejos de una sociedad VII

Impecable. Otro día más en la oficina. Otro día menos para jubilarse y hacer todo lo que debería haber hecho ya, lo que me merezco. Procedimientos. Protocolo. Eso cubre todo lo que haya por debajo. Lo que pase por encima, últimamente es mejor no verlo. Antes no era así… ¿o quizá sí lo era? Qué más me da a mí. Las banderas ondean en el asta, alguien las cambia, ¿y qué? A un buen profesional eso no le afecta. Protocolo. Ten fe en el sistema. Las personas son irrelevantes cuando el sistema es óptimo. Y si hay fallos, es sólo un número en las estadísticas anuales. No pongas en juego tu jubilación. No discutas. La jerarquía es importante para el orden. La jerarquía es importante para tu cultura. El orden. No hay eficiencia sin orden. Quien ha fracasado en la vida es por falta de orden y esfuerzo. Deberían sentirse agradecidos de que se les conceda un mínimo de atención. Bajar la cabeza, rellenar el formulario, dar las gracias, irse y esperar. No abarroten la sala, por favor. Tengan todo listo, sean eficientes como nosotros. ¿Veis? Así se hacen las cosas bien. Está todo en el sistema, en el protocolo. Si tan solo todos pudiéramos entenderlo. Las anomalías no las genera el sistema, las generan las personas. Las personas, el individuo, egoísta, vago y mentiroso, son el origen de los problemas. Los números seguro que lo demuestran. Es necesario saber leer y entender las estadísticas. Pero ellos no saben, no quieren estudiar y comprender cómo se deben leer esos documentos. Nosotros tenemos que interpretarlo siempre para ellos. Pobres. Somos las columnas de esta ciudad. Somos el sistema. Somos el ejemplo. Orgullo de pertenencia a un cuerpo oficial. ¿Cómo explicarle eso a los que están fuera? Es algo que se aprehende con el tiempo. Con la experiencia. Con la eficiencia. La rapidez. Dedicación. Descubrir el engaño. Rechazar y perseguir el abuso. Los bienes públicos no se deben despilfarrar entre quien no los merezca. Sí, orgullo de pertenencia. Esto es meritocracia. Nosotros somos meritocracia. Deberíamos recibir mejor recompensa que una palmadita en la espalda y un pequeño aumento de sueldo en la revisión anual. Toda una vida sacrificada para el beneficio ajeno, para ellos. Nosotros somos la verdadera aristocracia. Más que los comerciantes, más que los grandes empresarios. ¿Qué serían ellos sin nosotros? Nada. Meros gánsteres. Acabarían matándose entre ellos y descendiendo en el caos si no estuviéramos nosotros para darle sentido a todo. Sí, nos lo deben todo. Y qué poco nos lo agradecen. Pero no es para lo que trabajamos con tanta dedicación. Es nuestro deber. Es el sustrato sobre el que se construyó el Imperio. Es el origen de la civilización moderna. Nosotros somos la civilización. ¿Qué puede haber más racional que un funcionario? Eliminamos el sentimentalismo, el favoritismo, o… nosotros hemos levantado este lugar. Lo hemos limpiado. Lo mantenemos pulcro y engrasado para que otros, arribistas locuaces de turno, se lleven los honores y sean sus nombres lo que figuren en los libros de historia. Ingratos. Somos vuestra columna vertebral. Somos la ley hecha carne. Somos el orden personalizado. Nos lo debéis todo. Todos vosotros. Algunos lo sabéis, aunque nunca lo vayáis a reconocer. Otros nunca lo sabrán, son demasiado ignorantes. Nunca fueron a la universidad. No sabrían entender un sistema tan complejo; su sutileza; su sofisticación. El orden es hermoso, y nuestro deber es mantenerlo, lubrificarlo, perpetuarlo. Hemos estudiado y trabajado muy duro para entrar en este Cuerpo. ¿Qué sabrás tú, pobre diablo suplicante? Creo que hoy no aceptaré discusiones a mis decisiones. Hoy me siento expeditivo. No debería tener tanta paciencia. No es necesario. Al fin y al cabo, yo no soy parte del sistema. Yo soy el sistema. La prueba de que la escalera de ascenso social está ahí, para quien se esfuerce por subirla. Así que podría decir: jódete. Es mi poder. Es mi privilegio. Pero me han educado en la mesura, en la docilidad, en la fe en lo que hago y lo que soy. No voy a mancillarlo dejándome llevar por las emociones. ¿Veis qué suerte tenéis conmigo? Y, al fin y al cabo, es también un día menos para jubilarme y olvidarme para siempre de esta gran mierda…

Sunday, August 6, 2023

Geografías locales VIII

Bienvenidos a Mong Kok, el reino de los tenderetes donde revolver entre montañas de quincalla e imitaciones. El rojo y el verde, chillones, estridentes, como corresponde a este distrito, nos reciben al apearnos del metro o del tren. Aquí y allí, algún turista de trayecto corto, desorientado, maleta en mano, temeroso de preguntar a los veloces y a veces esperpénticos personajes locales que circulan en esta área. Ya sabes, la mala fama, aquí fueron los más radicales durante las protestas, aquí se esconden los sediciosos y los marginados, aquí reinan las triadas urbanas… y algo de eso hay flotando en el ambiente, sin duda alguna. Camina por los puentecillos metálicos hasta llegar a las arterias principales, nodos de tráfico interminable, taxis y autobuses de diferentes tamaños y colores, algún coche deportivo buscando aparcar quién sabe dónde o para qué. Todo en Mong Kok es secreto, subterráneo, en el límite de lo legal, puede que más allá ya. Otra vez las calzadas estrechas, reducidas aún más por las mercancías apiladas a la puerta de cada tiendecilla, los entramados de bambúes escalando hacia un cielo perdido, casi invisible, y la cercanía casi obscena y amenazante del tráfico incesante. ¿Polución? Sí, claro, si vives aquí has de saber que es parte del precio a pagar. Mejor frecuentar estas avenidas y calles que se atraviesan cuando se es joven, poco queda ya para los ancianos en esta zona: un pequeño mercado de pájaros, jaulas cubiertas como metáfora del lugar; un mercadillo de flores, arrinconado y asfixiado en una esquina del distrito; unos cuantos mini estadios, parques, y algún restaurante superviviente de la vorágine especulativa y la tradición malévola de los protectores pagados, también llamados gánsteres. Por favor, adéntrense en estas calles y callejuelas, observen los colores, huelan las frituras y las mezclas imposibles presentadas a precios adolescentes, vean los juguetes construidos por los menos privilegiados de la cada vez más pujante sociedad china, los recuerdos asiáticos reproducidos hasta el absurdo en jades y oros de factoría, los relojes baratísimos que marcan el absurdo de querer medir el tiempo con la muñeca de los ricos, los pececillos multicolores, encerrados en minúsculas bolsas de plástico esperando un hogar al que traer buena fortuna, la ropa de uno o dos dólares que promete pasar por veinte veces su precio, las zapatillas que todo niño debe anhelar…consuman, coman, vistan, compren, empujen y sean empujados. No es lugar para las buenas maneras. No es lugar para reclamar. Es el Asia industriosa, terrible, tópica, es una China que se ha desplazado a otros países pero todavía existe como ejemplo de milagros al servicio de Occidente. ¿Por cuánto tiempo más? Aproveche hoy, mañana ya no estaremos aquí, o quizá usted ya no estará… Densidad. Horror al vacío. Impermanencia. Obsolescencia. Y para huir de tanto agobio y excitación, esos locales secretos dentro de los viejos edificios. Unas escaleras de piedra, sucias, pintarrajeadas, y una puerta que alguien abre para mostrarte un restaurante o un café de imposible elegancia o inocente modernidad, copiado de Seúl, de Tokio, de cualquier lugar cercano que no sea China, porque China ya está por todas partes y no es necesario copiarla. Un poco más allá, un puente en desuso, bloqueado, repleto de mendigos y desequilibrados sin techo que nos recuerdan que no todo el mundo viene a Mong Kok a divertirse y consumir. Al otro lado del distrito, calles de edificios rosados cubiertos de pósteres invitándonos a masajes, a beber junto a muchachas sonrientes, a entrar en una zona turbia donde las autoridades prefieren acelerar al pasar. Karaoke para los chavales. Locales de apuestas para los que creen que el destino les reserva un soplo de suerte o de miseria absoluta. Peligro. No quieras hacerte una foto con esa gente con los brazos cubiertos para que no se vean los tatuajes. No es el lugar ni el momento para los turistas. Esto es placer y dolor local, nada bueno sacarás metiéndote aquí. Mejor vuelve al centro, junto a la entrada de metro. Sí, ahí está el gigantesco centro comercial, seguro que han preparado algo nuevo para entretenerte dentro. Y es más seguro. Y más limpio. Quédate ahí. O pasea por la gran avenida Nathan, observa cómo las joyerías se desgañitan en mandarín buscando clientes reacios, o los restaurantes, asépticos nombres de gran cadena, se llenan de gente de mirada triste y perdida en la nada. ¿Qué le pasa a este lugar? ¿No era acaso un epicentro de entretenimiento y alegría? En algún momento nos percataremos de que la suciedad se acumula, se oscurece, veremos a los pobres durmiendo en un colchón discretamente alejados de la multitud, a los ancianos desorientados, a los visitantes abrumados, incluso si son sólo unos cuantos kilómetros los que les separan de este barrio, de este mundo aparte que no es más que una mera aglomeración en falso de todos los mundos, una ilusión de escapismo que se difumina y nos deja melancólicos, insatisfechos. Adiós, Mong Kok…

Wednesday, August 2, 2023

Geografías locales VII

                Central (el centro neurálgico de la Ciudad del Hedonismo)

Cuesta arriba. El placer y el dinero aparecen si logras subir la cuesta. Imposiblemente empinada cuando el alcohol hierve por las venas. Hermosa en sus afeites nocturnos. Molesta en su resplandor artificial de turistas y ropa de oficina bajo la luz del sol. Pero siempre arrogante. Los años y las personas van pasando. Los nombres de los locales y el retumbar de las canciones de fondo van pasando. Pero la cuesta sigue bullendo de promesas, deseos, aflicciones, locuras, encantos, engaños, sonrisas entre lo resignado y lo vicioso. Es una pequeña conjunción de arterias que se ramifica silenciosa hacia gustos diversos para comunidades que prefieren separarse en algún momento de la noche. Quizás acabe siendo el último lugar de encuentro entre dos mundos. Quizá nunca lo haya sido. Espejismos, oropeles, cócteles imposibles, gente impecable que parece haber aprendido el secreto de los que no sudan. El lujo debe fluir sin interrupciones o todo este lugar perderá su razón de ser. Tierra de carne joven. Se ha de pagar tributo para ser aceptado aquí una vez la piel se ha estriado. No se acepta más decrepitud que la de los ancianos barrenderos que escapan al hambre trabajando hasta caer muertos. Su aparición indicará que el fin de la noche está cerca, y las calles dejarán nuevamente de pertenecer a los que cambian dinero por deseos, caricias por promesas, o mero olvido por un soplo de felicidad carnal. Con el día llegan los limpiadores, recuerdo obsceno y casi anónimo de la crueldad de esta ciudad; llegan también los empleados de las oficinas adyacentes, elásticos, agresivos, dinámicos, ambiciosos pese a carecer muchos de ellos de las fichas con las que se puede ganar en el tablero de ma-jeuk en este casino gigantesco; llegan los turistas de una China menos glamourosa pero cada vez más adinerada y desacomplejada, distinguibles por sus conversaciones sibilantes y estridentes y su simpleza casi ofensiva en el vestir; llegan los expatriados, de tez tersa y cuerpos cuidados, altos y veloces, displicentes con lo que les rodea, como si les asqueara reconocer que necesitan aquello que les disgusta tanto para mantener sus privilegios ya no tanto de raza como de clase; llegan las empleadas domésticas, muchas veces vestidas con su mejor conjunto, ansiosas en su esperanza de mezclarse con ese mundo de cuento de hadas y opulencia que sólo pueden entrever en un rato furtivo de escapada entre recado y recado. No llegan aquí los viejos de las viviendas de protección oficial, ni los desempleados crónicos, y apenas logran llegar algunos niños de una barriada pobre que se deslumbran ante la abundancia de objetos y culturas, plástico y viandas, que se despliega en carísimos cubículos comerciales. “Trabaja duro y algún día serás un empleado en una de estas tiendas u oficinas”, les dirá algún adulto incapaz de repensar la insensibilidad de su frase. Con mucha más probabilidad, serán las cadenas comerciales impersonales con el sello de lo global, las que acaben absorbiendo a estos niños ensimismados apenas sean adultos: dependientes, transportistas, ayudantes de cocina… También habrá un lugar para los menos privilegiados entre abogados, financieros, altos funcionarios y otras familias de estirpe respetable. Y para alimentar a los unos y a los otros, locales históricos donde se ha forjado la leyenda culinaria china se mezclarán con ofertas gastronómicas de todo el globo, normalmente acompañadas de estrellas y parabienes diversos. Y para los que carezcan del salvoconducto económico a los cielos de la gula, siempre habrá algún McDonald’s cerca, toda vez que los pequeños restaurantes familiares han sido ya engullidos por ese otro pecado capital que es la especulación inmobiliaria. Central, centro neurálgico del privilegio y el hedonismo. Parcela engañosa que parece dar la bienvenida a todos de manera democrática y generosa, incluso permitiendo que las pobres muchachas filipinas e indonesias se tumben a compartir la sombra los domingos junto a sus leones altivos broncíneos. Pátina pétrea de lo antiguo, de lo que se hereda, junto al destello deslumbrador de lo nuevo, lo que siempre renace y no llega a envejecer. Enorme escalera mecánica hacia los barrios pudientes que todos pueden usar, aunque a muy pocos les servirá. Central, centro neurálgico de la arrogancia y la ansiedad. Hermoso decorado para contar una historia de crueldad y desigualdad. Me han dicho que una vez tuviste un muelle cerca, mucho más cerca que ahora…