Día de tifón. Viento y lluvia ahí fuera. Es entretenido ver a los arbustos y ramas de los árboles doblarse agónica, rítmicamente. Apuestas: ¿llegarán a quebrarse antes del fin de la tormenta? Recuerda cerrar las ventanas apropiadamente; es tu responsabilidad, idiota. Prepárate a pagar una gran multa si slgún ventanuco se desgaja o una parte vuela arrancada. ¿Que el casero no ha querido hacer reparaciones? Tú problema. Búscate otro apartamento. ¿Que no tienes dinero ni paciencia para otra mudanza? Entonces lárgate de la ciudad, parásito. ¿Has hecho acopio ya de pan y fideos secos envasados? Los supermercados, y algún que otro restaurante, permanecerán abiertos, pero lo importante es dar imagen de previsión. Día de quedarse en casa. Cocinar en familia. Estar con los niños. La soledad se agudiza con el ulular del aire. El tono gris lo invade todo. La convivencia se pone a prueba entre aquellos que no se quieren. ¿Alguna noticia sobre inundaciones o incidentes con maleza o carteles comerciales? La desgracia entretiene a los que poseen un techo. Al menos a los adultos. Los salones de los apartamentos se vuelven ruidosos y abarrotados. Alguien exige comida, y que cambien el canal. ¿Apagar la televisión? Impensable, propio de locos. Por las calles, solo algunos que ya no aguantaban la intensidad del contacto humano en cubículos reducidos, y han escapado a enfrentarse a algo menos molesto. También caminan empapados los que ni merecen el privilegio de la seguridad, los trabajadores más humildes: recogedores de basura, guardias de seguridad, taxistas, cajeras de supermercado, cocineros, camareros... Total, ellos no son más que unas manos rugosas y unos ojos mirando al suelo. ¿Qué es lo que se perdería si...? Día de tifón. El infierno viene en barcos de aire caliente y lluvia horizontal. Aquellos que no necesitan ir hoy a la oficina se encogen de hombros y sonríen de forma casi malévola. Ese cosquilleo tan infrecuente por castigado de decirle "no" a las cargas laborales. Otros piensan cómo podrán llegar al final del día sin sufrir daños físicos de gravedad. Probablemente no tengan un seguro de accidentes. Nadie en su familia lo habrá tenido jamás. Tras una ventana, unos niños, repentinamente degustando el placer oculto de la soledad, observan la tormenta e imaginan fascinados desastres inconmensurables y sus consecuencias. Por ahora, todas estas moles enormes de cemento y metal les protegen de la realidad truculenta de lugares no tan lejanos, casi vecinos. Día de tifón. Quizá uno de estos muchachos pensativos decida alejarse de la pantalla y sus ruidos machacones para abrir un libro, o empuñar un lápiz o un pincel, antes de que un familiar hiperansioso venga a intentar ahogarle en monótonas e interminables tareas escolares.
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