Vivimos en la ceguera de unos ojos vueltos hacia dentro que sólo pueden ver el interior. Fingimos mirar lo que nos es externo, pero nos tapa la visión un YO enorme y grotesco. No llegamos a encontrarnos. Nunca nos conocemos; tan sólo nos soñamos. No hay nada romántico en esto. Es algo patético, propio de organismos inmaduros, torcidos. Vivimos una existencia de proyecciones mentales que bloquea la empatía y nos hace impermeables al sufrimiento ajeno. Somos religiosos y materialistas. Somos cínicos y corteses. Somos un yo que sólo se hace nosotros en raptos de hedonismo o furia destructiva. Niños malcriados con togas de juez. Enfermos mentales con bandas y bastones de distinción local. Todo tiene un precio en esta ciudad: el amor también. Quien lo conceda de manera gratuita, deberá ser castigado y sufrir.
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