Vaya, por fin ha llegado el fin de semana. Ya no les aguantaba más. Harta. Siempre lo mismo a estas alturas del curso. Un poco de descanso. Y sin embargo…qué vacíos parecen los días fuera de este edificio a veces. Me da miedo pensar que no pueda volver, que me digan que no valgo o que me retiran la licencia. Qué tontería, ¿por qué habría de pasarme a mí? Nadie sabe… no, seguro que no. Pero tengo que preparar cosas, ¿no? O me dirán que soy una vaga y una privilegiada y escogí este trabajo porque no me gusta pasar demasiadas horas metida dentro de una oficina. Pero si aquí estoy no sé cuántas horas cada día. ¿Qué más quieren? Siempre atiendo a los chicos, les escucho, me intereso por su vida…hay que ser un modelo para ellos. Si ellos trabajan, yo más, ofreciendo una guía de conducta. Bueno, no todo es trabajo en la oficina, nos lo pasamos bien hablando de nuestras cosas, ¿no? Excepto cuando estaba de directora ese mal bicho de la señora Wang, con sus juegos de poder y sus amenazas…buff, no quiero ni recordarlo. Qué injusto fue lo que le hicieron a…bueno, mejor pasar página, a mí no me tocó, tuve suerte. Mejor no decir lo que piensas en el trabajo, nunca sabes dónde van a caer tus comentarios. Allá cada cual con lo suyo. Trabajar, trabajar. Te metes en la sala de profesores y te pones delante del ordenador. Ahí hasta la noche. Como todos. ¿Quién se habrá pensado que es ese niñato arrogante al que contrataron este curso para irse tan temprano todos los días? Aquí trabajamos todos. Hasta la noche todos. Tanto por corregir... Que no se diga. Si los padres quieren deberes para sus hijos, van a tenerlos, vaya que sí. Por mí que no quede. Podría ser de otra manera…pero no, siempre ha sido así, ¿por qué debería cambiar? Es nuestro carácter. Trabajo, trabajo. Diligencia. Eso es. Virtudes académicas y virtudes personales. Ya pueden espabilar estos pobre diablos y aprender, porque tienen un futuro muy negro por delante, con todo lo que está llegando últimamente a esta ciudad… Y luego esos niños ricos de las escuelas internacionales, tan bien preparados, tan cosmopolitas, con ese inglés tan bueno. Hay que apretar los dientes, porque es una competición muy dura. Y seguir intentándolo, más fuerte, más duro. Mira, a mí no me fue tan mal. Llegué a la universidad, y saqué mi título y mi licencia y ahora estoy aquí. ¿Cuánto tiempo quiero estar aquí? ¿Debería irme a otro instituto con más prestigio? O a uno de esos privados donde todo son apariencias y exquisiteces, y seguro que se trabaja mucho menos…pero qué tontería, ¿por qué me iban a contratar a mí? Para que luego viniera el padre de uno de esos niñatos ricos malcriados a quejarse porque su hija no había sacado buenas notas y a exigir que me echaran. No, mejor no, mejor con los cernícalos de aquí, que son más bastos pero tienen mucha menos malicia. Pobrecitos. Y son tan agradecidos…qué bonito cuando te vienen a ver unos años después de graduarse. Pero, claro, a mí me hace sentirme un poco vieja, ¿no? Ya verás cuando venga alguno de tus ex estudiantes con su hijo, eso sí que será ya para morirse. No, no, me queda mucho para eso, bueno, no tanto… Anda, deja de perder el tiempo con cavilaciones inútiles y ponte a corregir. Diligencia. Trabajar. Somos el ejemplo para ellos. A veces más que sus familias, porque nos ven con más frecuencia. Es la vida de los que no nacimos ricos. No es justo, pero así es como funcionamos, todos juntos. Debería tomarme un año sabático e irme a vivir a otro país, un lugar más relajado, vivir alguna aventura…huy, igual no querría volver, ja, ja. Venga, vamos a corregir, o a preparar unos ejercicios para los deberes de mañana, hay que insistir, la persistencia es una virtud. Una virtud de pobres, me temo. Como yo, pobre de mí, un día tras otro aquí, un mes tras otro, un año y otro año…Hala, a trabajar, se acabó el perder el tiempo.
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