Señal de lluvia negra. Alarma. No saquen a los niños de casa, ni siquiera para esas interminables ristras de clases particulares durante los fines de semana. Diluvios prospectivos. Aquellos que pierden dinero con las medidas y recomendaciones correspondientes se quejan de que las amenazas de un cielo furioso raramente llegan a cumplirse. Precaución. Somos gente mesurada, previsora. Odiamos la impredictibilidad, aunque nuestras vidas se diluyan cada vez más en mundos líquidos de especulaciones y gráficos desbocados. Señal de lluvia negra. Día de luto por todos esos paraguas caídos en servicio. La goma de las botas de agua resuena contra el pavimento en todas partes. Los niños no entienden por qué no pueden correr a la calle a saltar de charco en charco. La vida les parece una concatenación de órdenes sin sentido aparente. Premonitorio. En las noticias hablan de lugares casi siempre remotos inundados, y en las redes sociales proliferan vídeos de súbitas cascadas brotando de las paredes rocosas en las colinas, fuentes inesperadas de miedo y fascinación. Lluvia negra, o roja, o amarilla. Sugerente. Preludio de un futuro catastrófico que todos tenemos en mente, pero en el que nadie parece creer ya. Cosas de adultos. Lo que está por venir, mejor dejárselo a otras generaciones. Deudas a heredar. El presente, tan repleto de intrascendencia, es demasiado importante. Señal de lluvia negra. Obreros o empleadas cubiertos en plástico transparente, sudando. Espectros en calles desdibujadas. Ellos son el primer frente, los desechables. Si no les pasa nada, podremos sacar a los niños a que tengan su pequeña odisea particular camino del supermercado o del restaurante. Total, no es más que agua. ¿Por qué a ti te hace pensar irremediablemente en lágrimas, o en sangre desparramada de alguien que, despacio, agoniza en soledad? Señal de lluvia negra; acaban de retirarla. Vámonos rápido al centro comercial.
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