Tin Shui Wai
¿Pueden los edificios destilar tristeza? Un gran óvalo partido en dos. Un nicho para los abandonados de esta sociedad: ancianos, desempleados crónicos, discapacitados… El plástico con olor a nuevo y el neón de esos centros comerciales semivacíos nos hacen pensar inevitablemente en esas películas de muertos vivientes, y el andar despacioso y aparentemente errático de los mayores produce una sensación de desconfianza antinatural. Las sibilantes del mandarín inundan las calles, especialmente entre esos colegiales uniformados que esperan un minibús para llegar hasta la frontera, para ellos una parada más en el camino diario de vuelta a casa. Tin Shu Wai, ¿qué tienen de especial los tejados aquí, que te susurran “salta” con voz profunda y melosa?... Las túnicas y los vestidos del Asia Central salpican con un tono diferente esas calles demacradas y esos esbozos de parque agazapado entre maleza amenazante. Las ciénagas no quedan muy lejos, ¿quieres entrar en el recinto y pasear por los puentecillos de madera? Atrévete a asomarte e intenta mensurar la distancia al fondo entre estas aguas verdes y densas… ¿Qué les pasa a los que caen en ellas accidentalmente o…? Extraño lugar este. Los ricos se esconden en torres impersonales, de vallas altas rematadas en cristales lacerantes, aglomeraciones anodinas y opacas desde el exterior. Quizá ni siquiera merezcan la consideración de ricos en esta ciudad obscena. Dejémosles en “clase media con expectativas”. Arrogantes oasis entre hileras de bloques de protección oficial, alargados, desconchados, curiosamente con mucha mayor apariencia de vida y bullicio desde fuera. Indios, paquistaníes, nepalís, muchachos recién llegados a la ciudad de otras partes de China, arrastrados por unos padres humildes pero ambiciosos en secreto, ignorantes todavía de los pecados que se remueven bajo los cimientos de esta barriada. Tan cerca del otro lado, tan lejos de la sofisticación. Tranvías alocados avanzan a trompicones a un lado y otro, dificultando el equilibrio de sus pasajeros, a veces incluso dejando atrás accidentes salvajes y seres anónimos despedazados o mutilados. Pero los pobres no pueden elegir su transporte ni su forma de morir. El dinero gubernamental les puede caer aquí como una dádiva maldita si no aprenden a apartarse a tiempo de los acelerones del progreso. Tin Shui Wai, ¿me estoy autosugestionando acaso o el cielo se oscurece cada vez que mi autobús se acerca a ti?
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