Thursday, September 21, 2023

Geografías locales X

                                                        The Peak

La Cumbre. El punto desde el que las torres gigantes se reducen a estiladas columnas, frágiles humos de vanidad, vistas desde aquí. Cuestas infinitas. Curvas y más curvas. Cabinas de hierro propulsadas por kilómetros de cables; hoy mero recreo de visitantes obsesionados con la captura de imágenes. También se puede acudir a una de las zonas de historia respetable en la isla, y desde allí caminar, lenta, trabajosamente, hasta el santuario de las viejas élites, el aire limpio de suciedad proletaria y miasmas orientales. Es saludable subir, avanzar hacia las villas donde la prosperidad y el poder exigen distancia. Cualquiera puede hacerlo; sólo se requiere esfuerzo y voluntad. Es bueno que crean eso. Pobres imbéciles. Por el camino, viejos caserones abandonados, oscuridad absoluta en el interior. ¿Cuántos lujos aberrantes y pecaminosos no habrán albergado esas paredes? Quién sabe la sangre que se habrá derramado sobre esos mármoles refulgentes. No intentéis violentar estas antiguas propiedades. Hay todavía demasiado mal albergado en estas mansiones dilapidadas. Fantasmas poderosos y obscenos os observan desde el interior. En vida sólo conocieron la impunidad y la avaricia. Quién sabe ahora…Colinas de nombres y dicciones inglesas perfectas en el pasado. Hoy caminos de ecos sibilantes y rostros ovales, venganza histórica sobre un intruso al que transformar en efímero. No lograréis borrar nuestra huella, dicen los fantasmas blancos; dejamos demasiado dolor y veneno tras nuestros pasos para ello. Llegamos a la cima, fin del trayecto. Colores chillones y plástico. Consumismo infantil. Marcas globales y asépticas demandando tu dinero, recordándote que has vuelto al punto de inicio aunque estés mucho más alto, que aquí el ascenso es una metáfora de espejismos en los que languidecer, como en casi todas partes. Observa el manto metálico y rocoso de la ciudad extenderse en varias direcciones, desquiciado hormiguero banal en el que desperdiciar una vida. Captura la inmensidad inútil de lo moderno, una vez, otra, todas las que puedas. Muévete ahora, ya llegan nuevos autobuses de turistas. Móntate en uno de ellos, o en el tranvía, para hacer el viaje inverso a la mayor velocidad posible, y vuelve a donde perteneces. El Peak no es más que una foto nublada por la polución para alguien como tú o como yo.


Monday, September 11, 2023

La Ciudad de la Violencia IV

En la Ciudad de la Violencia, al Administrador de Castigos le llamaron Juez. Su misión no era decidir la inocencia o culpabilidad del acusado, sino el grado de crueldad aplicable a la pena, y la duración del proceso, horrendo en sí. El Juez debía mostrarse siempre autoritario y avasallador, y para ello ensayaba en su casa de forma diaria las más horribles e histriónicas muecas y gesticulaciones. Su aspecto debía producir temor, especialmente las líneas del rostro, el movimiento de los brazos y el agarrotamiento de las manos; aunque un exceso de manierismo hacía a veces que el resultado fuera más bien patético, o incluso cómico, para aquellos que no participaban en el juicio. Los dedos del Juez debían parecer flechas envenenadas apuntando contra el acusado, largos, tensos, capaces de levantar sombra y gelidez abrasante allí donde indicaran. La voz del Juez debía ser retumbante, o en su defecto chillona, desabrida. Su tono debía causar un tipo de respeto basado en el miedo, exclusivamente. Los veredictos del Juez no tenían gran importancia, porque siempre eran fácilmente predecibles. El sufrimiento ajeno, para el Juez, era ejemplarizante y purificador. La sociedad debía construirse sobre él. La redención sólo se obtenía a través de la sumisión. A veces, el acusado fallecía durante el proceso, y eso facilitaba la labor del Juez, pues el fin de todo proceso era para el Juez demostrar el poder destructor de las Instituciones. En la Ciudad de la Violencia, la justicia se escribía con sangre en la piel del procesado.

Saturday, September 2, 2023

La Ciudad de la Violencia III

Vivimos en la ceguera de unos ojos vueltos hacia dentro que sólo pueden ver el interior. Fingimos mirar lo que nos es externo, pero nos tapa la visión un YO enorme y grotesco. No llegamos a encontrarnos. Nunca nos conocemos; tan sólo nos soñamos. No hay nada romántico en esto. Es algo patético, propio de organismos inmaduros, torcidos. Vivimos una existencia de proyecciones mentales que bloquea la empatía y nos hace impermeables al sufrimiento ajeno. Somos religiosos y materialistas. Somos cínicos y corteses. Somos un yo que sólo se hace nosotros en raptos de hedonismo o furia destructiva. Niños malcriados con togas de juez. Enfermos mentales con bandas y bastones de distinción local. Todo tiene un precio en esta ciudad: el amor también. Quien lo conceda de manera gratuita, deberá ser castigado y sufrir.