Fo-Tan, interior del distrito. En la distancia quedan las sombras prolongadas de las torres de pisos privados, refugio amurallado de los que no tienen que mirar el precio de los menús en los restaurantes. Tras unos minutos de camino y varios giros, surgen viejos pueblos engullidos por el urbanismo insaciable y viviendas de protección oficial, tiznadas, desconchadas, dispersas y tímidas en un territorio que no acaba de decidir su adscripción de clase. Y el río, omnipresente, con sus puentes y su línea recta artificial, castigada por el sol y la lluvia con más frecuencia de la soportable. Y en medio de estos pequeños laberintos urbanos, festonando el origen proletario de este lugar tan alejado de las postales y las lenguas de fantasmas, las áreas industriales, grandes edificios cuya longitud y anchura destaca en esta ciudad estilizada y vertical. Reductos de un pasado de manufacturas y trabajo mal pagado pero abundante; hoy casi escenarios desasosegantes de pasillos y ascensores de carga más vacíos y en desuso de lo que su pasado habría hecho imaginar hace no tanto tiempo. Alguna torre comercial de vez en cuando, casi ahogada por el polvo y los desechos de su entorno, caja de cubículos semi-vacíos que van dando cuenta de una huida hacia el norte, o hacia otras latitudes menos exigentes con el bienestar y la paga de las manos callosas y los brazos venosos que le dieron razón de ser en su momento. Refugio de congregaciones religiosas de complicados nombres y difusas adscripciones, o de oficinas gubernamentales de carácter secundario, servicios sociales que no giran en la espiral especulativa de la economía. ¿Quién viene a pasear por estas calles estrechísimas e imponentes en su gigantismo arquitectónico? ¿Quién vive en estas áreas raramente registradas en los mapas, salvo por algún rectángulo desproporcionado y hueco en su anonimato y en su marca gris en el papel? La actividad obrera, sin embargo, no ha muerto, sólo se ha reducido y ralentizado, limitada ahora en gran medida a las necesidades locales: bollería; cajitas blancas con arroz y comida tan impersonal como el menú de una aerolínea de segunda o tercera categoría, alimento de escolares y trabajadores no cualificados; ebanistería y metalurgia de escala doméstica y humilde, ya no pensada para los contenedores que transitan el mundo como si fuera una única carretera, sino para ese diminuto planeta abigarrado que es esta ciudad. Y entre restaurantes con las mesas dispuestas en la calle y apenas espacio en el interior, jalonados por menús copiosos y sorprendentemente baratos, copiados en pizarrones negros a la entrada en un chino irremediablemente ilegible para el idiota occidental perdido y no deseado, algún minúsculo jardín formado por unos arbustos y unos pocos bancos, quizá una zona infantil de suelo de goma con un columpio, o una pequeña cancha, irregular y de difícil uso para la mayoría de los deportes. Pequeño paraíso dominical para los grupos de empleadas domésticas filipinas o indonesias que buscan un mínimo de sombra y privacidad frente a la miseria del día a día. ¿Quién querrá vivir en estas odas a la fealdad industrial y el sacrificio obrero en unos años? ¿Será todo devorado por las inmensas colmenas de las torres privadas, refulgentes y amenazantes flechas descendentes hacia el templo contemporáneo que son los centros comerciales y su mareante cantinela consumista? Algunos preferiremos el encanto alquitranado y proletario de estas zonas industriales en decadencia, pero sabemos que una línea inseparable de maldad une ambas partes, y los que alimentan a una de ellas habrán de caer exhaustos y ser a su vez vianda y pasto de clonación para sus empleadores. Fo-Tan, metáfora capitalista extendida en unos pocos kilómetros.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment