Vivimos inmersos en la cultura de la
adoración de lo superficial: la juventud es considerada una virtud y no un
estado, nos fascina la rapidez y la estridencia, rechazamos y escondemos la
muerte como si así pudiéramos ocultarnos de ella, rechazamos la extensión y la
constancia y favorecemos la brevedad y la impermanencia… el tiempo de los
ancianos maquillados y los profetas adolescentes dará lugar a su visión inversa
e igualmente perversa: la dictadura de
los ancianos, el inmovilismo y la automatización de los ritos.
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