El profeta harapiento se subió a una pila de cajas, abrió el libro rugoso de tapas negras, y comenzó su sermón inverso entre los indolentes paseantes sin rumbo de la destartalada plaza, desempleados, viejos, quincalleros, gente arisca y descuidada: "Y el Demonio vino a esta tierra para alabarla y tomar posesión de cuanto en ella hubiera. Y todo lo que aquí se irguiera sería para adorarle. Y todo el sudor y la sangre vertidos serían para saciarle. Y los hijos de los hijos de los hijos de los habitantes del lugar le tributarían sus deudas, y así sus descendientes hasta el fin de los tiempos...". Dictum est. Mirad a vuestro alrededor y escuchad la historia de las piedras y los canales, recordad de dónde viene vuestra tristeza... ¿Acaso alguien escuchó al profeta esa mañana húmeda y pegajosa? ¿O estaban ya todos habituados a tomarle por loco?
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