Es curioso
observar cómo en la mayoría de los lugares de trabajo de la ciudad se repite un
esquema psicológico que condiciona y dirige las relaciones laborales: una
persona autoritaria, egocéntrica, agresiva y generalmente definible como “personalidad
piscopática” que obtiene una posición de mando y responsabilidad, y tiende a
rodearse de personalidades débiles y manipulables. Hoy me interesa centrarme en
estas personalidades maleables y necesitadas de una autoridad, los que hemos
llamado anteriormente “peleles”. Los peleles no tienen por qué ser personajes
agresivos o ambiciosos en sí, sino que tienden a adaptarse al papel que la
personalidad autoritaria les asigna sin cuestionarse los modos imperantes. Es
muy curioso, sin embargo, observar cómo estos “peleles” pasan por varias etapas
de mimetización en las que van adoptando cada vez más rasgos piscológicos,
puede que incluso físicos, de los “psicópatas”. Suelen comenzar negándose a
aceptar evidencias de los abusos o trato injusto de sus superiores, y comienzan
entonces a crearse una burbuja aparte de la realidad en la que se sitúan como
grupo cerrado junto a sus líderes (el número de “peleles” puede variar). La
existencia prolongada en esa burbuja acaba incapacitándoles para juzgar con lo
que podemos llamar “sentido común” u objetividad el mundo laboral que les
rodea. Es más, mientras más se prolongue ese periodo de existencia en burbujas,
y esto puede durar años, lustros, generaciones….más tenderán estos “peleles” a
considerarse los herederos naturales de las personalidades piscopáticas, con lo
que acabarán contribuyendo a perpetuar una atmósfera laboral moralmente
repugnante y basada en prácticas ajenas, cuando no abiertamente opuestas, a la “normalidad”
fuera de ese ámbito laboral.
18 de marzo de
2014
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