Desde hace unos años he decidido
mantenerme alejado de las sustancias denominadas estupefacientes, no por temor
o respeto a una legalidad difusa, pacata e impuesta, sino por considerar los
mecanismos internos de mi cabeza suficientemente proclives de por sí a la
fantasía y la interpretación psíquica de la realidad. Considero que todos
aquellos seres inclinados por naturaleza a la introspección y el rumiar de
pensamientos deberían ser sumamente cautos en cuanto a la potenciación
psicotrópica se refiere. Es por eso que abandoné ya los canutos, con los que he
mantenido siempre una relación ambigua y contradictoria: unos días me sentaban
bien y otros mal. Las personas especialmente dotadas, incluso entrenadas, en el
andamiaje de mundos interiores –y los escritores sin duda entran en esta
categoría- deberían evitar la sobrexcitación de su psique. Y cuando esto no
pudiera ser evitado, deberían, cual antiguo chamán de la tribu, ser dejados a
solas con su alucinación para que pudieran desgajarla y entregársela a la
comunidad en la forma apropiada. Forzar a un artista a consumir drogas y luego
socializar es una gran falta de educación, cuando no un sacrilegio moderno.
Septiembre 2013
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