Wednesday, December 10, 2008

Notas sobre Hong Kong y otras menudencias

Caminar por las calles de Hong Kong es como hojear rápidamente las páginas de un libro sagrado: todo ese conocimiento, esas historias complejas, repletas de nombres, referencias, todo pasando revuelto demasiado deprisa. Uno se siente tentado en algún momento de detenerse en un punto concreto y sumergirse casi como por causalidad en una de esas historias abigarradas en el enorme volumen.
La anciana de camisa floreada recogiendo cartones y latas de las papeleras, con su sonrisa indescifrable que cuenta una vida inmaculada por los desastres del ocio. El orgulloso viejo mandarín, caminando erguido para que los cielos recuerden su rostro resquebrajado pero solemne. La joven de mallas y cuero, toda vestida de negro, con sus coletas y su aire angelical deseando que todos la miren para que por fin alguien la considere. El desdeñoso jovencito de traje anónimo y maletín repleto de ambiciones, con demasiadas prisas por ganar -él sabrá el qué- como para pedir perdón cuando se abre paso a empujones. El occidental bobalicón tocado de gorra y pantalones cortos, aire infame de excursionista en la campiña familiar. La chica de aire triste y pies cansados atrapados en unos feos tacones de amarillo chillón, de vuelta de una de esas oficinas impersonales donde la vida es archivada por el bien de las estadísticas...
En el metro, cerca de la parada de autobús, a la entrada de las casa de apuestas, cientos, a veces miles de páginas maravillosas, crueles, absurdas, se aventan y cruzan sin lograr formar una historia común.


Cada vez que vuelvo a mi hogar, a mis raíces, en el noroeste de España, y observo cómo el mundo se reduce y ralentiza, me maravilla constatar la insularidad del ciudadano moderno. No hay más mundo que el que abarque los confines de mis cuitas y placeres, no hay más historia que la de mis ancestros, no hay más lengua que la de la biblioteca de mis mayores, ni más leyes que las que caben en los platillos de mi balanza. Vagando entre dos mundos falsamente antagónicos me pregunto a veces si seré yo o tan sólo una imagen inversa que se refleja en un espejo sin fin, cuál de los dos yos será el real. Esta sensación solía causarme gran desazón en el pasado, pues creía yo, erroneamente, que sólo una de las imágenes sería válida, siendo la otra tan sólo un espejismo temporal. ¡Qué equivocado estaba! Es tan maravilloso dividirse; y no existe imagen válida, sino tan sólo espejismos.
(06-08-2008)

Sentirse vacío es el principio necesario para re-crearse, para comenzar a llenar de nuevo un recipiente que habrá de volver a verse falto de líquido indefectiblemente. Pero un fenónemo curioso ocurre a menudo, y es la memoría de anteriores brebajes que parece quedarse adherida a las hendiduras de esa jarra que somos todos. Nada se crea desde el vacío, igual que nada es destruído de forma absoluta.
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El dinero ni se crea ni se destruye. Sólo cambia de manos.
(17-11-2008)