Las buenas acciones parecen dar poco de sí desde una perspectiva narrativa. El Bien no parece necesitar justificarse, es un hecho que en su propia existencia genera su explicación. El Mal, sin embargo, es mucho más atractivo y fascinante para un escritor. Justificar el daño, el mal, es un juego moralmente peligroso, y sin embargo difícilmente renunciable, para el que escribe. Es por eso que nuestra Cultura, la que va con mayúsculas, está repleta de ejemplos y narraciones del Mal, mientras que la narración de buenas acciones suele ser juzgada con desdén y desinterés. Craso error. La fascinación por el Mal, por lo malsano, es un ejemplo claro de la enfermedad e infantilismo moral de nuestra Cultura, la que, ya lo dije, va con mayúsculas, las que suelen acompañar a la arrogancia. Y qué poco sabemos, sin embargo, de las mecánicas internas de los buenos actos.
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