Caminando por el complejo de puentes que unen los diferentes centros comerciales de lujo y torres de oficinas del centro de Hong Kong, uno se convence de la imposibilidad de formar parte de la clase media-alta de este -y quizás cualquier otro lugar-. En el pasado entretuve la ilusión de dedicarme a mi profesión docente y ser parte de la clase profesional al servicio de la educación y el ocio de los adinerados en esta urbe. Con el tiempo, quizás, podría pasar desapercibido entre ellos y labrarme un pequeño retiro dorado temprano (sueño del empleado pequeño-burgués). Pero hoy les miro al caminar, yo más despacio que ellos, y les veo como son, más grandes, con más horas de gimnasio y músculos, agresivos en sus gestos, y sé que no debo ser como ellos. Nos diferencia una reacción básica ante la violencia: ellos la adoran, la disfrutan, forma parte de su vida y su trabajo; es parte de su éxito. Yo no puedo ser así, no me siento recompensado por los réditos de la agresión. Miro a la cara a todos estos empleados de grandes bancos, abogados de firmas de renombre, ejecutivos, ellos me devuelven la mirada, y entremedias sólo queda desprecio. Nada más puede sobrevivir en este proceso. Es bueno saber lo que no se es en la vida. Sin embargo, la conciencia sola no hace del mundo un lugar mejor ni más justo....
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