Intentar mantener nuestra honestidad personal dentro de un colectivo (iglesia, trabajo, amistades, comunidad) es un ejercicio moral enormemente difícil. Mientras no lleguemos a cuestionar el por qué de esta dificultad y qué debemos cambiar en nosotros y a nuestro alrededor para que la honestidad sea un imperativo categórico ineludible en nuestras relaciones con los demás, cualquier tipo de revolución, política o espiritual, colectiva o individual, está condenada a terminar en el mismo punto del que partió.
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