Wah Fu Estate
Granito, amarillo ensuciado, un sol inmisericorde o lluvia persistente. Los decorados de la tristeza industrial. Aceras estrechas y súbitos cuadrados vacíos, desangelados, anunciando la llegada a los espacios comerciales. No hay nada que reluzca aquí. El lujo discurre a poca distancia, y aun así ajeno, en la carretera superior donde comienzan las colinas, y en la línea costera transformada en fortalezas modernas; territorios prohibidos a los habitantes de Wah Fu Estate, excepto para las tareas domésticas.
Ejércitos desordenados de ancianos. Desempleados u obreros ocasionales. Recorridos sin destino, circulares, dentro de este terrario de desesperanza. Miradas turbias para quien entra sin la invitación perenne de la pobreza y la humillación. ¿Qué haces aquí, gwailo de mierda? ¿Te has bajado en la parada de autobús equivocada? Lárgate, nada de lo que se vende aquí es de tu incumbencia o agrado. Las torres como anuncio uniforme de las limitaciones de varias generaciones. Amarillo ensuciado. La industria un poco más allá, junto a la costa, y el resto son carreteras intransitables para el pie humano, donde morir atropellado por la riqueza y la arrogancia sin testigos que denuncien. Móntate en uno de los autobuses o de los mini-buses que pasan ocasionalmente y no vuelvas. Este no es un lugar para hacer fotos, no es un lugar para descubrir las supuestas delicias de la cultura local. No es nada. Es un espejismo. Es lo que le sobró a la opulencia y no supo dónde poner para no tener que verlo. Es lo más humano y estremecedor en kilómetros, posiblemente. Ejércitos de ancianos y desempleados, camisetas blancas de tirantes con lamparones, viejos trajes ajados de mandarín. Márchate, este lugar no existe. No es el mundo que has venido a conocer.