Un cuerpo especial de las Fuerzas del Orden Público y Seguridad en la Ciudad de la Violencia era el de los vigilantes secretos y acosadores.Su misión era la de seguir a diario a cuantas personas consideraran susceptibles de esconder algo: un pensamiento desviado, un rencor enquistado contra la Ley, cualquier gesto o ademán de rebeldía o desviación. En realidad, si así lo deseaban, podían escoger caprichosamente una víctima y seguirla durante horas, quizá días, para luego elaborar un informe desfavorable cargado de apreciaciones subjetivas y meras especulaciones. Dicho informe no era por ello menos peligroso para el sujeto examinado. Recordemos que en la Ciudad de la violencia la culpabilidad del acusado se daba por supuesta, y era su obligación probar su inocencia.
Existían varias técnicas y modelos de seguimiento entre estos agentes gubernamentales: el acercamiento secreto; el semi-secreto, en el que se evitaba al sospechoso, pero se le dejaba atisbar el hecho terrible de estar bajo escrutinio, pudiéndose incluso extender entre vecinos y allegados al interfecto esa mancilla onerosa que eran los interrogatorios a terceros sobre costumbres y gustos del sujeto bajo sospecha; y, finalmente, estaba el seguimiento abierto y descarado, sombra pestilente cuya misión principal era transformar al pobre diablo implicado en un paria social, conduciéndole de forma lenta pero fija al ostracismo, el aislamiento, y quizás la locura y la desesperanza, las cuales tan fácilmente se podían revestir de culpabilidad.
Estos vigilantes, perseguidores o acosadores (cada caso merecía una denominación apropiada) no necesitaban recurrir a la violencia física en casi ninguna ocasión. En realidad, su corrección en el proceder y su paciencia eran de todos conocidas. Las conductas agresivas y el desorden público se les entregaban a los sujetos cuestionados, para que así acabaran asumiendo e internalizando su culpa. La mala conciencia nunca puede acompañar a un gobierno eficaz. El carácter aséptico e imparcial del castigo se manifiesta en el recto cumplimiento de la misión asignada. Imparciales, de hecho, con frecuencia eran los criterios de selección de sospechosos. Lo fundamental para estos agentes era alcanzar la cuota diaria de informes sobre malos ciudadanos. Mantener en la población general la idea de control y dominio. Mejor inocentes arrastrados por la corriente que criminales libres, bloqueando el buen fluir del país. Un paseo bajo el sol en el lugar inadecuado podía convertir en sospechoso a cualquiera.Y el proceso de vigilancia, una vez iniciado, no debía ser interrumpido o abandonado. La tenacidad está en la base del amedrentamiento. Sólo los vigilantes se sentían libres de vigilancia. O eso gustaban de creer. Por eso las madres recomendaban a sus hijos ingresar en el cuerpo cuando crecieran, y los niños jugaban a vigilar, perseguir, detener, procesar, y a veces linchar, como entrenamiento para la vida adulta en esta ciudad.
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