Saturday, August 17, 2024

Ma-jeuk

Tarde de domingo. ¿Quién será el primero en sugerirlo esta vez? No importa, siempre hay alguien. La televisión a todo volumen. Estruendosa. Pon las noticias, el programa de variedades, cualquier cosa que impida discutir los problemas de la vida real. Vamos a jugar una partida de ma-jeuk. Ya está. Dicho. Cuatro personas. El rectángulo. La forma perfecta para la socialización. También para la competición. Despliega el tablero. Ese verde tan escaso entre el hormigón, el hierro oxidado y el cristal del paisaje urbano. Pon las patas. El hermoso claqueteo de las piezas cayendo y desparramándose. Pequeños ladrillos de historia de un pueblo. Bellos en su insignificancia trascendente. Otra vez los caracteres, ese código excluyente para marcar quién pertenece y quién no. Para alardear de hermetismo. Y poco más. ¿Y eso qué importa ahora? El placer de las fichas moviéndose entre las yemas de los dedos. Mezclar con la ternura absorta de un buen cocinero. Método y placer. El secreto del ocio. Los sentidos embotados ante la perspectiva de lo incierto, el dinero que flotará, siempre lo hace, sobre cada gesto y decisión. Así en esta sala como en el mundo. Excitación. Reparto. Sonrisas. Emparejamientos, quizá. Viejas rencillas que separan y distribuyen. Sube el volumen de la televisión. Quiero escuchar lo que están diciendo. En realidad, quiero dejar de oír a quien tengo a mi lado. Rituales para hacer la convivencia tolerable en tan reducido espacio. No parece tan mala idea, en un principio. Comenzamos. Golpea las fichas contra la mesa al colocarlas, exponerlas. Aquí construyo mi pequeño mundo, mi fortuna o mi perdición. La línea de la vida. Bromea con todos. Ríe estruendosamente. Pide comida a quien pulule por la cocina en ese momento. El reducido espacio doméstico congestionado por la presencia del grupo, hecho uno con siglos y siglos de socialización lúdica. Que nadie moleste, que no vengan a pulsar el timbre y desmembrar la geometría perfecta de este juego. Qué fastidio levantarse, esperar, fingir interés en las visitas. Los nombres, las diferentes formaciones y su invocación casi mágica. Esas combinaciones que suenan a fortuna o a castigo. Golpea las fichas contra el tablero. Otra vez. Con fuerza. Carcajéate. No existe la piedad en este juego. Las deudas no se perdonan. Ni siquiera a los familiares. Especialmente a los familiares. Aunque las jerarquías no se diluyen en el frenesí del círculo de turnos. Cuidado. Algunas personas son demasiado rencorosas para olvidar una humillación de bambú, marfil o hueso. Fluyen las anécdotas, la tarde da paso a la noche. Siempre esa vieja historia de algún familiar y sus deudas de juego, contada una y otra vez, de diez maneras diferentes, a cuál más trágica y calamitosa. Alguien sugiere parar para la cena. Todos los jugadores protestarán, con mayor o menor vehemencia dependiendo de su suerte ese día. Las estrategias de cada uno serán luego ampliamente comentadas sobre la mesa, entre bocados de arroz y cerdo asado. Las personalidades han quedado expuestas. Los defectos exhibidos. Esperemos no llegar a los insultos y las amenazas esta vez. Así en el juego como en la vida. Crueldad, método y destino. El ocio nunca es ocio meramente. Y nadie quiere que se le niegue una nueva oportunidad de combinar las fichas. Nadie quiere sentirse expulsado del clan.

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