Saturday, August 31, 2024

Ethos

 El fanatismo religioso y el fanatismo político son los dos ejes de pensamiento tóxico que dominan el ethos social de Hong Kong. Ambos invalidan la posibilidad de la empatía al construir discursos excluyentes de "dentro/fuera de...", y en último término potencian el egoísmo y los actos sádicos de linchamiento comunal como ritual establecido. Ambos constituyen buena parte de la esencia intratable de esta ciudad. La herencia colonial de desigualdad y arribismo, el (sin)sentido neoliberal de la existencia y la tendencia osificante de las tradiciones constituyen, básicamente, el resto de dicha esencia.

Monday, August 26, 2024

Escritores o profesores

 Se puede ser un profesor que, ocasionalmente, escribe libros. O se puede ser un escritor que da clases para llegar a fin de mes. O una cosa o la otra, pero nunca ambas a la vez. Nunca.

Wednesday, August 21, 2024

Geografías locales XVII

                                             Parques

Parques. Supuestos refugios contra la deshumanización urbanística. Sala de estar de aquel cuyo hogar no llega a los diez metros cuadrados. Arquitectura de la desigualdad, al cabo. Los jardines de las urbanizaciones de viviendas de protección social son una extensión geométrica de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Espacios planos, incrustados, claustrofóbicos en ocasiones. Toscos asientos de granito en sus diversas variantes, tierra y piedras, poco césped -demasiado caro para gastarlo en esta parte de la ciudad-, algo de vegetación. ¿Sombras? No las merecen quienes este lugar frecuenten. Que se cuezan al sol. Así los niños crecerán endurecidos, escamados, aguantarán mejor el trabajo físico en pleno verano cuando crezcan; o puede que algún día no sobrevivan al calor extremo. Quizá mejor así; piedad inversa del aporofóbico. Algunas baldosas de goma con colores para marcar el área infantil o la zona de ejercicio de los ancianos. Démosles el lujo de extender los brazos en el parque, puesto que en sus viviendas tal gesto les es negado. Austeridad. Suciedad ocasional. Colillas. Plástico quemado. Restos de una comida donde el arroz sobrepasa a cualquier otro ingrediente. Hormigas y cucarachas. Adultos y viejos con rostros descontentos, desorientados. Niños todavía ajenos al desastre de crecer pobres. Madres desconfiadas. Alguna que otra empleada doméstica al cargo de los mayores, o buscando refugio de una condena llamada servicio. También hay divisiones entre los humildes. Qué gran contraste entre estos pequeños parques de barrio y las grandes extensiones verdes que se publicitan como atracción para el ocio en la ciudad. ¿No hay turistas aquí? ¿No? ¿Tampoco expatriados? ¿Y millonarios? Estúpido, los ricos no necesitan parques públicos. Pueden permitirse el privilegio de un asiento y un café de sabores exóticos bajo el azote violento del aire frío en plena canícula. Entonces, ¿para qué molestarse? Es más que suficiente. Ellos sabrán arreglarse. Total, están acostumbrados. No es cosa de hacerles creer que tienen derecho a lo mismo que los de arriba. Faltaría más. Realmente, el gobierno es bueno y se preocupa ya más de lo debido por sus vástagos infortunados. Y tan poco como agradecen las dádivas de los altos benefactores. Qué se habrán creído. Que se muden al otro lado, si no están contentos aquí. Maravillosa planificación. Cada distrito tiene su parque. Diapositiva cruda de un lugar y sus categorías, sus defectos, o incluso su hermosura más humilde. También de su fealdad más intrínseca e indisoluble. Vegetación selvática, amenazante si no se la trata con suficiente frecuencia. En los casos más afortunados, adornos florales prestados por un nutrido cuerpo de jardineros profesionales. Árboles de Bania con su aspecto fantasmagórico de cuento de hadas terrorífico, hogar misterioso de multitud de insectos y alimañas. Cuentan algunas viejas que dentro de estos troncos foscos y retorcidos desaparecieron niños de los que jamás se supo. Caracoles. Lagartijas. Lagartos. Serpientes. Pájaros de cola interminable. Palomas obscenamente obesas. Algún jabalí voraz, atraído por la falta de higiene. Mayormente, tráfico, incesante, a veces monstruoso en su tamaño e insistencia en rodear a aquellos que quieren santificar el pecado moderno de la improductividad. Pequeños fragmentos arrancados a la colina verdosa en la lejanía, y trasplantados a la locura urbana. Parques; ni siquiera a uno aquí le es permitido olvidarse de su condición social. Descansa. Escucha. La algarabía selvática de la megalópolis se endulza aquí lo suficiente para el oído humano. Respira. Sonríe. Y ahora, vuelve al centro comercial. 

Sunday, August 18, 2024

Bosquejos de una sociedad XV

Hala, otra ronda completada. Joder, me estoy mareando ya de tanto ir y venir. ¿Cuántos pasajeros se han subido en el último recorrido? Espero que compense, su puta vieja madre. Estoy cansado. Quiero quitarme esta carga de encima. Pagar mi deuda y terminar con esta mierda de trabajo. Mi negra suerte, quién me mandaría meterme en ese local de apuestas el marzo pasado. Y ahora, mira, aquí al volante diez, doce horas, las que te caigan, y no le hagas ni un rasguño a su vehículo, ¿eh?, ni estropees nada, que te lo sacarán en dinero, y si no, en sangre. Mecagüen los tatuajes de su vieja madre, vaya mala gente… Venga, subiendo, a ver si se completa esto rápido, y vamos con otra vuelta más. Total, sólo son dieciséis asientos, esto es un mini bus, no es un mastodonte de dos pisos de esos. Calcula bien, ¿cuánto te dijeron que necesitabas hacer hoy? Vaya consorcio de gánsteres, no sé cómo el gobierno hace la vista gorda con esto desde hace tanto tiempo, alguien tiene que estar untando a los uniformados y a los jefazos en los despachos, así, por debajo de la mesa. Cabrones todos. Y yo aquí, viejo y medio enfermo, y conduciendo como un desquiciado. Hay que darle al pedal, hay que hacer el mínimo diario de vueltas, y el mínimo de pasajeros, y luego más, claro, para ir reduciendo la deuda y sus putos intereses. Usureros. El coño de su madre. Que me rompan las piernas o me cosan a navajazos ya, joder. Es mejor morirse así, rápido, que esta agonía diaria, interminable. Mecagüen todo, ¿pero con qué sube este subnormal? La bicicleta, ¿dónde? ¿Aquí delante? ¿Estás tonto o qué? No ves que no hay espacio, que voy a dar una curva y se me va a caer encima, o se les va a ir contra los de la primera fila. La bicicleta de tu vieja madre la cargas contigo, y si quieres le pagas un asiento, joder, como si fuera tu novia. Joder, lo que hay que ver. Venga, ya casi estamos. Mierda, quiero ir al baño a mear, pero no sé si podré. Siempre lo mismo. Tendré que buscar un baño público por ahí en la ruta junto al que pueda aparcar un minuto y hacerlo ahí, y al que proteste que se joda, que pague un taxi. Aquí me bajo ahora y me dicen de todo. Ese cabrón del encargado, viejo asqueroso. Sentado ahí en su taburete todo el día, junto a la parada, mucha sonrisa y mucha mierda, pero intenta tomarte un respiro y ya verás como salta. Bueno, ya estamos, ¿no, jefe? Casi lleno. Sí, eso pensaba yo. Arrancamos. Ahí vamos otra vez. Que los cielos me guarden. Con cuidado. Por aquí se ponen a cruzar siempre por el medio de la carretera, algunos cargando sus bolsas y sacos llenos de vete a saber qué. Su vieja madre. Si espachurro a una de estas cucarachas de dos patas me jodieron la vida: unos me mandan a la cárcel, y otros al infierno cuando salga. Y la deuda ahí, creciendo, mientras me pudro en el talego. Vida miserable. Anda, vamos a poner la radio, un poco de música para animarse. Mira, los semáforos en verde, dale cera, que no te tengas que parar en el puto medio, un poco de suerte y los pasamos todos de una tacada. ¿Qué chilla la mujer esa? ¿Que frene, que no se ha puesto el cinturón todavía? Pues espabila, gallina loca, que esto no es una limusina, ostia. Calladitos por ahí atrás, que me mareáis entre todos. A ver, ¿alguien tiene parada junto a la estación? No, pues seguimos, no me hagáis frenar luego, joder. Ni me pidáis que pare en el medio de ninguna parte, porque luego las multas las pago yo todas, y es mi puta ruina. Por vuestra culpa. Por culpa de todos. Por mi mala fortuna; los cielos me llueven mierda y no tengo paraguas. Ahora tenemos una buena recta sin paradas. Aceleramos. ¡Joder, subnormal! Puto mico taxista, ¿por qué te me metes cuando estoy acelerando, quieres que nos matemos todos? Joder, abuelo, jubílate, deja de conducir y vete a jugar a las damas chinas en un parque. Eso o muérete. Pero no me jodas la vida a mí. Siempre igual. Gritos por aquí, que si no has hecho suficiente caja hoy, que si te toca hacer una vuelta más, que si has tardado demasiado en esta tanda, que si hay un rallón en un lado… Y luego todos los subnormales cruzándosete por la carretera, cambiando de carril sin señalizarlo, puteándote porque les sale de ahí. Y las cotorras desplumadas ahí detrás que no callan, despotricando y hablando mal de todos, y luego insultándote porque giraste brusco, o diste un frenazo y se les calló el peluquín. Viejas putas. O los que dejan a los niños sueltos, y si les pasa algo te dicen que te van a llevar a juicio y sacarte todos los cuartos. Subnormales profundos. ¿Qué cuartos? Si no tengo ni para una cerveza con la cena de hoy. Joder. Todos pidiendo. Todos quejándose. Todos presionando. Su vieja madre. Anda, levanta un poco el pie del acelerador. Se han quedado en silencio por ahí atrás. Acojonados, ¿eh? Así me gusta. Tranquilitos. Suaves. Y me decís claramente dónde os bajáis con tiempo. O si no os jodéis y esperáis a la siguiente parada. Ya está bien de joderme la vida. Esa noche andaba bebido, no controlaba el juego, y ahora meses y meses pagándolo. No hay derecho. Un coche de maderos. Cabrones, pasad de largo, dejadme en paz, que ya tengo bastante. Qué cansado estoy hoy. Cuando llegue a casa… Esa es otra, el casero y su mierda de que tiene que subirme el alquiler. Por ese cuchitril de mis… Gente perra. Todos jodiéndome. Y yo reventado seis días a la semana, siete si tienes mala suerte, y la situación que no mejora. Los cielos no quieren abrirse. ¿Me habrán echado algún mal de ojo? Puñetero destino. Debería ir al templo a pedir ayuda. Unos inciensos y una ofrenda, y que el viento se lleve ya la mala fortuna. Eso es. Ya he sudado bastante, ya cumplí. Dejadme morirme tranquilo. Mierda. Atasco. Espera, por este carril. Vamos, no te quedes atrapado. Gastar gasolina y no hacer caja. Ya está bien. Todo contra mí. No te metas, puerco, es mi carril. Si te metes me paras y me jodes. Bueno, parece que era sólo la entrada al distrito. Vamos mejor ahora. Concéntrate, vienen tres semáforos seguidos. Hay que pasar este tramo rápido. ¿Alguien tiene parada? Nadie contesta. Mejor. Venga, uno pasado, siguiente semáforo. Tú puedes. Hoy voy a terminar a tiempo. Ya está bien. Odio este cacharro horrendo, odio a sus dueños, ostia puta…Venga, ya está. ¿Qué gritáis? No puedo ver, ¿por qué está todo borroso? Joder, voy a mearme encima. No aguanto más. Estoy mareado. ¿Hemos pasado ya el último semáforo? Creo que sí. ¡No! ¡Joder!...

Saturday, August 17, 2024

Ma-jeuk

Tarde de domingo. ¿Quién será el primero en sugerirlo esta vez? No importa, siempre hay alguien. La televisión a todo volumen. Estruendosa. Pon las noticias, el programa de variedades, cualquier cosa que impida discutir los problemas de la vida real. Vamos a jugar una partida de ma-jeuk. Ya está. Dicho. Cuatro personas. El rectángulo. La forma perfecta para la socialización. También para la competición. Despliega el tablero. Ese verde tan escaso entre el hormigón, el hierro oxidado y el cristal del paisaje urbano. Pon las patas. El hermoso claqueteo de las piezas cayendo y desparramándose. Pequeños ladrillos de historia de un pueblo. Bellos en su insignificancia trascendente. Otra vez los caracteres, ese código excluyente para marcar quién pertenece y quién no. Para alardear de hermetismo. Y poco más. ¿Y eso qué importa ahora? El placer de las fichas moviéndose entre las yemas de los dedos. Mezclar con la ternura absorta de un buen cocinero. Método y placer. El secreto del ocio. Los sentidos embotados ante la perspectiva de lo incierto, el dinero que flotará, siempre lo hace, sobre cada gesto y decisión. Así en esta sala como en el mundo. Excitación. Reparto. Sonrisas. Emparejamientos, quizá. Viejas rencillas que separan y distribuyen. Sube el volumen de la televisión. Quiero escuchar lo que están diciendo. En realidad, quiero dejar de oír a quien tengo a mi lado. Rituales para hacer la convivencia tolerable en tan reducido espacio. No parece tan mala idea, en un principio. Comenzamos. Golpea las fichas contra la mesa al colocarlas, exponerlas. Aquí construyo mi pequeño mundo, mi fortuna o mi perdición. La línea de la vida. Bromea con todos. Ríe estruendosamente. Pide comida a quien pulule por la cocina en ese momento. El reducido espacio doméstico congestionado por la presencia del grupo, hecho uno con siglos y siglos de socialización lúdica. Que nadie moleste, que no vengan a pulsar el timbre y desmembrar la geometría perfecta de este juego. Qué fastidio levantarse, esperar, fingir interés en las visitas. Los nombres, las diferentes formaciones y su invocación casi mágica. Esas combinaciones que suenan a fortuna o a castigo. Golpea las fichas contra el tablero. Otra vez. Con fuerza. Carcajéate. No existe la piedad en este juego. Las deudas no se perdonan. Ni siquiera a los familiares. Especialmente a los familiares. Aunque las jerarquías no se diluyen en el frenesí del círculo de turnos. Cuidado. Algunas personas son demasiado rencorosas para olvidar una humillación de bambú, marfil o hueso. Fluyen las anécdotas, la tarde da paso a la noche. Siempre esa vieja historia de algún familiar y sus deudas de juego, contada una y otra vez, de diez maneras diferentes, a cuál más trágica y calamitosa. Alguien sugiere parar para la cena. Todos los jugadores protestarán, con mayor o menor vehemencia dependiendo de su suerte ese día. Las estrategias de cada uno serán luego ampliamente comentadas sobre la mesa, entre bocados de arroz y cerdo asado. Las personalidades han quedado expuestas. Los defectos exhibidos. Esperemos no llegar a los insultos y las amenazas esta vez. Así en el juego como en la vida. Crueldad, método y destino. El ocio nunca es ocio meramente. Y nadie quiere que se le niegue una nueva oportunidad de combinar las fichas. Nadie quiere sentirse expulsado del clan.

Friday, August 9, 2024

La Ciudad de la Violencia (XIII)

El sacerdote corría presto y energético, alzando los faldones de su sotana con la velocidad de sus pasos nerviosos. Firme en su mano, doblado el brazo cerca del pecho, llevaba el Libro Sagrado, exterior de piel e interior amarillento por un supuesto uso. En su rostro revelaba la excitación infantil del que corre sin concebir siquiera la posibilidad de abandonar la prisa de las tareas asignadas. La mirada recta en el frente, para que todos en la calle admiraran su concentración. ¿Qué podría pasar por la cabeza de tal personaje? Sólo pensamientos de provecho para la comunidad, claro está… La inmundicia del día a día no le alcanzaba. Ah, pero qué placer chapotear en esa miseria y sentirse incólume. Es la bendición de los elegidos. Claro, como él. No como esta gente mugrienta que le observaba entre divertida y solemne. ¿Qué sabrán ellos de solemnidad? Solemnidad la del rito, la del esfuerzo por perpetuar la sumisión y el homenaje. Ya podían aprender estos harapientos. Sus mentes se habían torcido y deformado al pasar de los años. Poco se podía hacer ya por ellos. Aunque los niños… la pureza que hay que aislar y moldear. Sí, necesario el moldeo. Sus dedos…Esa visión viscosa y lacerante en su albor, divinidad intuida. Sólo atisbos: al cerrar los ojos en el canto, en la humareda embriagadora de la oración en grupo, en la cercanía con…Bah, sonrisa. Todo se les perdona a los elegidos para guiar, a los que, como él, vienen de una estirpe de pastores sin fisuras. Destinados antes de nacer. ¿Por qué no entenderán estos mugrientos que es inútil resistirse al designio divino? ¿De qué les sirve subvertir lo establecido con aspavientos de mico y poner el mundo boca abajo? Sólo para que el infierno acabe en el cielo. No lo entienden. No lo aceptan. Ignorantes. Deben ser castigados. Ah, el placer del castigo al impío. La herida abierta que llama a los inicios de la existencia. El recuerdo perenne en la carne. Sumisión. Donde hay un señor los siervos sufren y aceptan. Ah, la carne. La tocas y piensas en la vida y la muerte, juntas. Sublime. Horrible. Otra vez esa pulsión, siempre esperándote en la sombra… El rostro del sacerdote se contraía en un gesto involuntario y fugaz, asco o dolor, nadie lo podía saber con certeza. Dignidad. Autoridad. Respeto. Otra vez esos labios distendidos en la placidez del que controla el poder. Mejor así. Somos uno. Religión y estado. Eficiencia y consuelo. Eso o algo mucho peor. ¿Por qué existirían necios que se resistían con tal ahínco suicida a aceptar esta verdad? Peor para ellos. Se merecían su final. Que los perdonaran en los cielos. Quizá. O no. Nunca. Castigo. Sacrificio. Algunos tan jóvenes, casi bellos, como esa muchacha hace unos días. Pobre. El rostro bovino, congelado por el terror. Y tanta sangre, por todos lados. Entereza, la presencia del sacerdote fue necesaria. Momento transcendente, aún en su bajeza y pestilencia. La composición de la escena tenía algo de hermoso en su horror. La religión salva, la religión purifica. Es solución universal y fin último y redentor. Incluso para el renegado. Especialmente para este. ¿Cómo podríamos aceptar algo diferente? Nada le ha de ser ajeno a nuestra moral. Ley de vida. Y de muerte. Sobre todo de muerte, si fuera necesario. El Mal surge del desvío y el alejamiento de este camino, del cuestionamiento. Lo que está es, y para lo que falta está la palabra sagrada. El resto es innecesario. Deletéreo. Mala hierba a ser arrasada. Y si en el pasado no se alcanzó una resolución, fue por falta de fe. Ahondar en el propósito, redoblar esfuerzos, perecer o hacer perecer como extremo, pero nunca desviarse. Eso jamás. La duda mata. A ellos al menos los mataría, si yo encontrara la semilla del descreimiento en su interior. Qué gran responsabilidad la mía. Buscar, hurgar, encontrar, extirpar. Denunciar. Ejemplificar para que la comunidad se purifique. No puedo flaquear. Apretar los dientes. Ya está. Y seguir. Impertérrito a la duda. A la súplica superficial y engañosa. Sólo el dolor puede redimir. Y enseñar la dirección correcta. Cuidado, no tropieces. Este pavimento es engañoso. Como la vida. Y por eso me necesitan. Dame fuerzas, oh, Dios. Sonrisa.

Entre estos y otros pensamientos volanderos discurría el trotar del sacerdote por las calles, su territorio de custodia y trabajo. Todo el mundo era fiel devoto y observante de los ritos en la Ciudad de la Violencia.


Sunday, August 4, 2024

Callejones

Callejones. Lugares de huida de la voracidad laboral. Manchas negras, aceitosas, perennes, por todas partes. Cucarachas de todos los tamaños, algunas inverosímilmente voluminosas, correteando entre cajas de cartones ondulados y supurantes. Estrechos, hediondos. Escena de descanso fugaz para trabajadores pobres, precarios. Metales afilados y herrumbre por todos lados. Cuidado. Tuberías, cañerías, aires acondicionados. Mucho cuidado, nadie tiene un seguro médico aquí. Con suerte, te dejarán a la puerta del hospital, y te dirán que estés listo para volver al trabajo mañana, o que avises si no para que busquen a otro. La desgracia afilada es compañera del explotado. Fúmate un cigarro, escupe, cágate en la vieja madre del jefe si no hay nadie alrededor que te pueda traicionar, ponte en cuclillas para aguantar el mareo y las arcadas. Vapores apestosos, miasmas flotando alrededor. Toda la basura que los clientes generan se apila aquí. Hay que moverla antes de que lleguen las ratas. O quizá sea demasiado tarde. No mires al cielo. Desde aquí no puede verse. Las paredes son demasiado altas y están demasiado cercanas. Pequeños riachuelos de colores varios se entremezclan camino del sumidero. Aquí aparcan sus bicicletas los pobres entre los pobres. Los que por unos pocos dólares transportan comida para los que pueden permitirse no cocinar. Los más afortunados, jóvenes audaces, con frecuencia paquistaníes o nepalíes de tez oscura y sonrisa canalla, dejan sus motocicletas y se apresuran a buscar un pedido, un nuevo juego de obstáculos y carreras entre la supervivencia y la muerte prematura. ¿Son en realidad ellos los afortunados? Quizá no. Barras oxidadas, placas lacerantes, cajones descascarados. Colillas. Sombras. Por aquí no se atreven a cruzar los fantasmas blancos, sus huellas en la mugre llamarían la atención de los animales salvajes de las barriadas. Esas puertas abiertas, pero nada invitadoras, son un repelente para el asqueroso orgullo albo. Aquí late y se retuerce la tristeza y la dureza que forma el sedimento de la bonanza económica en la ciudad. Fealdad. Nadie sube fotos de estas callejas a la Red. Invisibles. Vergonzantes. Eternas. Cuánta sangre ha de correr a diario por este pavimento roto para que las torres no se hundan bajo el peso de su apetito monstruoso e irreverente. Callejones.

Saturday, August 3, 2024

Tendencias naturales

 Pasamos de la inconsciencia de la vida, a considerarnos poco menos que inmortales, y de ahí a desarrollar una zozobra progresiva ante nuestra fragilidad creciente e irreversible. Leyes eternas.